viernes, 12 de septiembre de 2008

VII B. los sencillos

“con mi agradecimiento filial,
a quienes me corrigen,
con más o menos caridad
y me ayudan a conocerme a mi misma;
por que con su ayuda,
puedo rectificary enderezar mi camino
hasta donde mi corazón quiere llevarme,
pues sin sus luces, nunca llegaría a ningún sitio”

“Bienaventurados los sencillos y los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios”
Me recuerda esto lo felices que debían ser nuestros primeros padres Adán y Eva.
Paseando en el paraíso, en la presencia de su creador y de todas las criaturas. Sin vergüenza de ser, ni estar. Como niños pequeños, sin tener que decidir qué está bien o mal, porque no conocían el mal y su amargura. Habiendo caído en la tentación del demonio, empiezan a sentir la vergüenza de su desnudez. Incluso en la presencia de su padre Dios. Por primera vez, no podían mostrarse tal cual eran. Dios, aun sabiendo lo que estaba ocurriendo, les pregunta por que se esconden[1].
¿No te recuerda esto muchas veces nuestros comportamientos ante Dios y ante los demás?.
Esta bienaventuranza nos invita a purificar nuestro corazón de sus instintos. Y a buscar el amor de Dios, como bien principal, para nuestra dicha verdadera. Es a Él, a quien tenemos que agradar para ser felices.
Nos recuerda también, que las otras cosas que perseguimos los hombres: la notoriedad, el dinero, el poder, lo que hacen la mayoría de las veces, es esclavizarnos y encasillarnos.
Teniéndonos que convertir en actores delante del mundo, para lograrlos. Pero que no nos llevan a la verdadera felicidad.

La sencillez igual que otras virtudes, podemos explicarlas mejor con ejemplos que nos digan cuando no se vive. Con una simple definición, podríamos no captar la profundidad de una virtud vivida. Así por ejemplo una cosa sencilla es una cosa simple: sin artificio, ni adorno.
El diccionario nos diría además que una persona sencilla, es aquella a la que se la puede engañar fácilmente. Con esta explicación puramente literal, pocas almas anhelarían vivir la sencillez. Sin embargo es condición imprescindible, para vivir frente a Dios, y con honestidad frente a los demás.

Diccionarios más específicos para la lectura y mejor comprensión de la Biblia, nos amplia esta definición: Nos hablan de la sencillez; al modo que se caracteriza en los niños. Con aspectos diversos: Como la falta de experiencia y de prudencia, docilidad, ausencia de calculo. Rectitud de corazón; que lleva implícito la sinceridad en el lenguaje. Excluyendo la malevolencia de la mirada y de la acción. Se opone por tanto al discernimiento o doblez.

Se puede ser sencillo por defecto cuando se está en la ignorancia y obramos de forma imprudente; creyendo al primero que pasa. Y por tanto sujetos a dejarnos llevar de cualquier seducción buena o mala. Sin conciencia para discernir por voluntad propia.

Sin embargo está también la sencillez, en aquellos qué, con sabiduría se abren a la luz de la palabra de Dios. Dejados llevar de una fe humilde, que es condición indispensable para su propia salvación. “Humildad y sencillez con que nos cuentan los evangelistas hechos, que ponen de manifiesto la fe floja y vacilante de los apóstoles. Para que tú y yo no perdamos la esperanza de llegar a tener una fe inconmovible y recia que luego tuvieron aquellos primeros[2].

Este es el aspecto de la sencillez de los hijos de Dios. Que no es infantilismo, sino que por el contrario requiere de rectitud de intención y de integridad para que sea su experiencia de fe vivida en completa libertad.
Es ésta además una virtud muy necesaria, para madurar en la fe y según las mismas palabras de Jesús: La necesitamos para entrar en el cielo, evitando toda doblez, porque a Dios no podemos engañarle. Esta virtud nos lleva en primer lugar a acoger los dones de Dios con gratitud.
Como modelo de sencillo, también en el evangelio Jesús nos invita a observar e imitar a los niños. Tal vez a ti y a mí nos cueste a estas alturas de nuestra existencia, volvernos niños. Por eso vamos a ir viendo en qué cosas nuestra vida, ha perdido la inocencia, porque es ahí donde empezamos a alejarnos del proyecto de felicidad que Dios tenía para nosotros.
A veces nos sorprendemos, observando que muchos de nuestros comportamientos ( que desde nuestro más intimo sentir son más o menos coherentes, incluso, los podemos definir o defender como buenos), los hacemos parecer complicados a los ojos de los demás. De forma que muchas veces y aun actuando en conciencia perfectamente, no atraemos, ni hacemos deseable para los demás, lo que vivimos con tanto empeño; Siendo además la esencia de nuestra misión el trasmitir todo ese caudal de vida que hemos recibido al sentirnos llamados a seguir a Jesús.

Como en el prologo o presentación de este trabajo explicaba me dirijo a los que ya caminamos en ese seguimiento. Si por casualidad, tu que lees esto, no me sigues déjame preguntarte una cosa .
¿Verdad que a veces te ha parecido que los cristianos seguimos viviendo nuestra fe escondidos en las catacumbas?. Que aparentemente es difícil ver en muchos de nosotros ese algo especial, que se supone, que deberíamos tener. Puesto que declaramos en nuestro Credo, que creemos en el único Dios verdadero. Que además le reconocemos como Padre. Y que por los méritos de la Pasión, muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo nos reconocemos como sus hijos.
Más bien se nos ve unas veces como con complejo de inferioridad. Y otras parece que estamos por encima de los problemas que atañen a los hombres de nuestros días: Recatados en nuestros juicios, que probablemente sea respeto a la libertad del otro. Pero que muchas veces, la mayoría, son respetos humanos y comodidad de no complicarnos.

Como veis el mismo hecho de explicar algo tan sencillo, se me hace difícil, ¡eso es la falta de sencillez!.
”Me has escrito: la sencillez es como la sal de la perfección y es lo que a mí me falta”[3]. La imposibilidad o dificultad de mostrarnos tal cual somos. Anteponiéndonos y equivocándonos al querer dominar la impresión que queremos causar en los demás.
El aparentar lo que no sentimos. El justificarnos por nuestros actos más sencillos. La doblez, para preservar nuestra intimidad, los rodeos. Esa superposición de capas a nuestra peculiar forma de ser, hace casi imposible que los demás nos conozcan verdaderamente. No estoy hablando de casos específicos o patológicos de doble personalidad, dignos de estudio profesional. Si no de nuestro natural comportamiento entre los demás. Nuestros comportamientos en las cosas más corrientes, nos demuestran a gritos, como “nuestros otros intereses“ nos dificultan la vivencia de esta virtud.

Todos, seguro, retenemos la imagen de algún momento en que nos hayamos visto necesitados de aparentar o suavizar nuestras euforias: al estar en sitios públicos o bien en presencia de alguna persona para nosotros especial. Como veis estas faltas de sinceridad, son además de comprensibles, en muchos casos de necesidad, perfectamente excusables y en otros una verdadera caridad para con el de enfrente.

¿Por qué, entonces se nos aconseja vivir esta virtud?. Entre otras cosas porque este manipular la realidad de cada cual, a veces nos lleva a no reconocernos ni a nosotros mismos. Las capas y subcapas con las que ocultamos nuestros defectos, nos impiden ver a Dios. Algunos hasta pueden tener la sensación de ser su propio dios. Y este error fatal le negaría la posibilidad de ver a Dios, llamándole a servir: a ser sal y luz sino de su propia existencia. (Su egoísmo y vanidad.

San José María Escrivá les hacia a sus hijos una recomendación: “Que vuestra vida de caballeros cristianos, de mujeres cristianas, vuestra sal y vuestra luz fluya espontáneamente; sin rarezas, ni ñoñerías. Llevad siempre en vosotros nuestro espíritu de sencillez[4]”.

Hoy día es fácil encontrar esta preocupación por la sinceridad en muchos jóvenes y personas adultas. Vemos que con frecuencia, se cae en una falsa interpretación de ella. Nos podemos encontrar con quienes consideran que se es sincero, cuando la conducta exterior se acomoda a los sentimientos interiores. Esto, que desde luego es coherencia con uno mismo, no puede ser la única medida de nuestro comportamiento.

Así por ejemplo indiferentemente de los sentimientos hacia quienes nos rodean, siempre habremos de guardar la compostura que nos exige la caridad para con ellos. Y eso no será señal de insinceridad. Como tampoco podemos ver como sinceridad o sencillez comportamientos groseros inducidos por una falsa idea de sinceridad, que hacen a la persona dejarse llevar por sus instintos a veces primarios. Sin ningún dominio de sí mismo. Permitiendo que sus sentimientos marquen sus pautas de conducta sin atender a normas morales o de convivencia social objetivas.
Todo esto llevado a la vida interior. A nuestro trato con los demás y con Dios, tiene una repercusión en nuestra vida interior, y en la salud de nuestra alma.

¿Cuántas veces, nos hemos encontrado, con personas que se pasean por la vida con el “título honorífico de auténtico cristiano católico“ que se plantean cuestiones como:
-¿Por qué tengo que confesar, si no tengo pecado?.
-¿Por qué voy a ir a Misa sí a mí no me dice nada?.
Y nos creemos hasta en la obligación de no corregir sus errores de formación en “pro del respeto a su libertad“. E incluso tenemos hasta admiración por esa sencillez de su confesión.

Me viene a la memoria el recuerdo del Evangelio de la samaritana. Conque sencillez interpela a Jesús y le muestra su realidad y sus dudas, El maestro tuvo seguro que disfrutar charlando con ella. Pues tras su tosquedad, vio la sencillez de esta mujer y le sedujo su segura conversión. Ella a su vez fue y dijo a todos lo que le había ocurrido, y ese fue el camino para que muchos samaritanos conocieran al Señor y se decidieran a creer en Él y a seguirle[5]...
La sinceridad, la sencillez, la limpieza de corazón: son el medio para poder aceptar “La verdad”, por encima de “Nuestra verdad“. O lo que creemos en función de lo que conocemos.
Pues es esa la única justificación, que podemos dar a los errores: la falta de conocimiento en temas de fe. Y ahí la culpa; no es siempre del que ignora, sino del que no corrige. O acumula estos conocimientos para sí mismos. Sin haber entendido, que el Reino de Dios, lo tenemos que anunciar; Teniendo siempre un profundísimo respeto por todas las personas. Sin afán de imponer nuestros criterios. Pero el cristiano católico, tiene una condición implícita desde su Bautismo; que es la transmisión de las verdades de nuestra fe, que la Iglesia, que las tutela y estudia, nos enseña.

La persona que nos dice que no tiene que confesar o que para qué hace falta ir a Misa, vive realmente en un error de información de la doctrina. No sabe que Jesús instituyó la confesión y la Eucaristía como medios propiciatorios para que el hombre vuelva a Él, Siempre, Siempre. Quizás tampoco sé de cuenta de que el Señor permanece verdaderamente vivo en medio de nosotros, en la Eucaristía y está para acoger a todos. Para perdonar a todos. Para salvar a todos. Nosotros deberíamos aclarárselo. Respetando que en su libertad, quiera seguir haciendo caso omiso a las enseñanzas de la Iglesia y del Nuevo Testamento.

Recuerda aquel otro Evangelio que hablaba de un paralítico que bajaron por el techo de la casa de la suegra de Pedro, para que el Señor, le curase.... O el que en las inmediaciones de la piscina de Siloe, se quejaba de que no tenía hombre que le acercase a la salvación, que para él suponía entrar en el agua.
Cuando callamos es como si pasáramos de largo ante él que nos necesita, para encontrar al Señor. Esa es la principal misión del cristiano. Ser portador de todas esas buenas noticias, para los que fuera de la Iglesia, sufren y están errados en muchas de sus ideas. Por no conocer esta gran verdad del misterio salvador y redentor de Jesús a través de su Iglesia.

Esto venía un poco a cuento de la necesidad de vivir nuestra fe con sencillez ante los demás. Pero también se puede dar la falta de sencillez o sinceridad con nosotros mismos o con Dios. Y entramos entonces en el caldo de nuestras justificaciones.

El empeño en callar nuestra conciencia, con razonamientos tan vulnerables como: ”si todos lo hacen, no estará tan mal”; Aunque si tuviéramos la honradez de detenernos en un examen, veríamos que lo que a otros le sirve de consuelo, no nos sirve a nosotrpos. Cada alma es única, va a un paso distinto. Cada uno va al ritmo que le marca el Señor y eso sólo podemos reconocerlo en nuestra oración sincera.
Volviendo a la Escritura recordamos como se nos aconseja en ella que la hagamos: Con sinceridad, delante de Dios que ve en lo más hondo de nuestro corazón. Que conoce todas esas miserias, que nos parece que podemos ocultar a los demás. Es en balde fingir, ni ponernos bien puestos. A lo más que podemos llegar es a la contestación de Pedro, después de haberle negado: “Señor Ya sabes como soy, del barro que estoy hecho, apenas me distraigo caigo y por más que me has instruido soy capaz hasta de negarte una y otra vez, pero tu sabes Señor que te quiero“. Es ahí donde esta la grandeza de la sencillez:
- En el rigor al reconocer nuestras propias miserias.
- En el agradecimiento al ver que lo bueno que sale de nosotros no nos pertenece. Si no que podemos ser buenos, por un don gratuito de Dios. Y que solo su misericordia, su bondad infinita es quien nos puede justificar. Esto solo se alcanza, en la vida del espíritu, cuando huimos de la actitud del fariseo y hacemos nuestra la oración del publicano:

“¡OH Dios, ¡ten piedad de mí, que soy un pecador![6],

Como vemos la sinceridad con nosotros mismos nos acerca a la humildad. Descubriendo nuestros propios pecados, se nos hace más fácil comprender al otro.
La sencillez es una virtud, que tenemos que pedir y trabajar: cuando somos tentados de aparentar, de buscar dar una imagen superior, más sana, o irreal de cómo somos realmente.
Para buscarla tendremos que luchar muchas veces contra nuestros instintos y nuestros intereses o deseos. Nos ayudará a ser sencillos conocer bien nuestras aptitudes naturales y nuestras limitaciones. El conocimiento propio en el que sólo estamos nosotros y Dios, enfrente como un espejo a quien no podemos engañar. Pero que nos permite corregir lo que está mal. Y saber exactamente que podemos ofrecer realmente a los demás; Qué virtud o cualidad “qué carisma” tenemos para compartir. Por eso es tan importante, que no hagamos nuestras confesiones, a lo loco. Un examen sincero de conciencia, nos hará ver las miserias de las que somos capaces, apenas nos dejen.

Buscar la sencillez en nuestro obrar y sentir es vivir con naturalidad y nos ayudara a tener paz, a no estar en tensión. Preocupados en la posibilidad de que alguien descubra lo que ocultamos tras las apariencias.
Sencillez, querida por Dios para nosotros, pues así es como Jesús vivió durante sus primeros treinta años. Así fue su nacimiento. Así fueron sus relaciones con los que le rodeaban.
-Cuando a Ti y a mí nos cueste. Cuando nos subamos a la parra y queramos olvidar del barro que estamos hechos-. ¡Vayamos a Belem, donde un Niño en pañales, un humilde carpintero y su esposa María, nos invitan a imitarles!

[1] Gn 3, 13.
[2] Camino 581.
[3] Camino 305
[4] Camino, 379.
[5] Jn 4
[6] Lc 18,13

1.5. OBJETIVOS PARA LA REFLEXIÓN:


1. Descubrir como vivimos esa virtud que nos hace ser como niños sin doblez y que necesitamos para conocer más a Dios y a nosotros mismos y a los demás.

2. La sencillez nos da la medida de nuestra verdad. Buscando con rectitud el que nuestra conducta cada día se acomode más a nuestro modelo: Jesús.

3. Necesitamos ser sinceros ante nosotros mismos, ante Dios y ante los demás El tema es una invitación a la experiencia de hacer un poco de examen.

No hay comentarios: