sábado, 13 de septiembre de 2008

II Nuestra vocación a la Bienaventuranza

“Las bienaventuranzas, dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes”. [1] Lejos de esta afirmación contundente, de que tras las bienaventuranzas está el mismo rostro de Jesús, el hombre de todos los tiempos y también el que vive en el siglo XXI, parece resistirse a entrar en esa verdad.

En nuestros horizontes se han levantado las mismas tentaciones que fueran hechas al Hijo de Dios al comienzo de su predicación; cuando fue substraído por el demonio para ofrecerle la potestad y el reino de la Tierra: a través del ofrecimiento o la llamada a sacar el máximo provecho humano de su divinidad.
Un poco es eso, lo que provoca en el mundo tanta ansia de poder, de disfrutar. Sin pensar en los que nos rodean, tentando nuestra propia suerte y nuestra propia vida en la búsqueda de placeres, que no llegan nunca a darnos la felicidad prometida.

En la utilización de los dones que se nos han dado, en un beneficio propio. Aunque éste sea sólo la búsqueda de la perfección, olvidando al hermano.
Precisamente para sacarnos de ese error, están las bienaventuranzas. Como recordatorio de que esas insinuaciones que oímos tan dentro de nosotros: son falsas y que además se pueden rechazar. Por que Jesús lo hizo, primero por nosotros.

Primero para darnos ejemplo, después para demostrarnos, que el mal nunca prevalecerá sobre el bien; Porque Dios es todo bien. Y Él es a fin de cuentas el principio y el fin.
Como invitación a enfrentarnos al mal. Desde nuestra coherencia y la fuerza de nuestra realidad, que también está muy dentro de nosotros.

En ese conocimiento por la fe: de que el amor de Dios, sobre sus criaturas, nos libera de las cadenas que pueden suponer estas invitaciones a apartarnos de Él.
Las bienaventuranzas son: “Características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones. Anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; Quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos.

Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer”.[2] Por eso nos recordaba S. Agustín, que el hombre no es plenamente feliz mientras no se encuentre con ese Dios que le ama con locura de Padre.

Yo Aún recuerdo la primera vez que oí o leí las bienaventuranzas y recuerdo que me impactaron, no las entendí. Desde mis oídos de niña era incomprensible, que me dijeran; que los que lloran, los que sufren y son pobres: son bienaventurados, el Señor les felicitaba por ello.

Recuerdo que no pude aprendérmelas nunca. Porque mi mente rechazaba esas verdades. Mi único consuelo era pensar que Dios no se podía equivocar. . . Y que antes o después a aquellos pobres les tocaría la lotería; los que lloraban, encontrarían un hombro, donde consolarse.
Así sucesivamente me iba buscando respuestas humanas que me ayudarán a entender lo que me parecía una verdadera incongruencia.
Hoy no es que vea con total claridad la magnitud y la verdad, que encierran esas siete ú ocho frases. Pero os puedo asegurar que tengo otras perspectivas, otros puntos de vista. Y a menudo me sorprendo sabiéndome y sintiéndome”: una bienaventurada”. . . En medio de mi pobreza interior, de mis dificultades cotidianas, desde mis errores, y mis deficiencias físicas, desde mi pequeñez y mi pobreza humana.

-¿Tú en que punto estás?.

-¿Son las bienaventuranzas una promesa idealista para que se consuelen los que vemos enfrente?.
-¿Has caído en la cuenta, de que las bienaventuranzas, te las dicen a ti, precisamente, a ti que las conoces, y las meditas?.
Generalmente, los que sufren, los que carecen de bienes o se sienten pobres, no tienen delante la Biblia, para ser su consuelo. . Te tienen a ti,”para ser su luz”. Y necesitan de tu coherencia para tener un modelo, que ellos puedan ver.

A fin de cuentas Tú y yo, “Cristianos”: deberíamos reflejar al Jesús que da su vida para salvar al hombre.
“Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos; Dios a través de ellas; quiere explicarnos como hemos de vivir para ser felices. ¡Dios nos llama a su propia bienaventuranza!.
Esta vocación se dirige personalmente, pero también al conjunto de toda la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe”.[3] Viniendo a ser, un modelo de vida, que generalmente se desarrolla en comunidad, o sea en contacto con los demás. Las bienaventuranzas, rompiendo todos los esquemas humanos, nos sacan del fango de nuestras realidades, para mirar con los ojos de Dios, al que tenemos al lado.



“La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios, por encima de todo”.[4] Son por tanto, nuestros verdaderos palos de guía, en el camino hasta el cielo. Vienen para nosotros. Pero es muy difícil descubrirlas si no nos conocemos a nosotros mismos.

Jesús nos llama hipócritas por ser tan ciegos. Por querer ayudar a los demás por nosotros mismos, sin contar con Él. Nos fijamos en los defectos de los demás, mientras disimulamos los nuestros en vez de luchar por corregirlos. Exigimos a los demás nuestros derechos: la verdad, la libertad, la justicia.....

Mientras que sobre lo que nosotros tenemos poder; practicamos la injusticia, el egoísmo y el uso de nuestras facultades, buscando siempre, nuestro propio beneficio.

Incansablemente el hombre busca la felicidad, en cualquier cosa. Las ciencias de la comunicación, estudian en cada momento, que es lo que podría hacer feliz al hombre, sabiendo que es, una prioridad en sus sentidos, esta búsqueda implacable.

Sin mucho acierto, ofrece sus productos, a través de eslogan, que llevan implícitos la consecución de este fin. Desde siempre el hombre ha buscado la felicidad, Si sigue buscando tras los escaparates del mundo, es por que nada de lo superfluo da la felicidad.

¿Dónde entonces encontraremos el bien más preciado, al parecer por la humanidad?. Es Jesús, el primero que llama al hombre a la felicidad. Dios crea al hombre para que sea feliz.

En el momento de anunciar las bienaventuranzas directamente a los que le oían en aquel momento, les invita a examinar sus situaciones concretas. Sus disposiciones interiores, en las que la mayoría, encuentran una contraposición del espíritu del mundo con el espíritu de Cristo.

Y así sigue siendo en nuestros días. El hombre, no atiende a la razón, de buscar la felicidad, donde Dios, le comunica que está. Dios, nuestro creador, sigue anunciando a cada época donde esta la felicidad: “En el vivir las bienaventuranzas”, las cuales quedan propuestas como fuentes de felicidad. Luego, nuestra vocación de cristianos, se concreta es nuestro deseo de vivir las bienaventuranzas propuestas por Cristo. Y vividas por Él.


[1] Nº 1717 del Catecismo de la Iglesia Católica. 1993. a partir de ahora C. I. C. A
[2] Nº 1718 del C.I.C.A.
[3] Nº 1719 del C.I.C.A.
[4] Nº 1723.del C. I C.A

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