sábado, 13 de septiembre de 2008

Con cariño y agradecimiento:
–A Gregorio, José, Roció, Carlos, Carmen y Belem.
Con respeto y devoción hacia ellos, que me enseñaron tanto y me corrigieron siempre que lo necesite. Pidiéndoles perdón por el tiempo que les robe.

– A mis hermanas:
Porque siempre estuvieron cerca y me respetaron, aunque no me comprendieran ni compartieran mis inquietudes.

introducción:

En la Iglesia Católica tomé las aguas del Bautismo, que me hacían ser Cristiana, por tanto receptora del mensaje de salvación de su fundador, Nuestro Señor Jesucristo. Mucho tiempo después fui comprendiendo el gran favor que me habían hecho mis padres, al depositarme en su seno y al dejar que ésta me fuera instruyendo y dándome a conocer las promesas que para mí, Dios, había hecho.

A pesar de que he sido un miembro activo dentro de ella. Me parece haber estado siempre montada en su carro. Dejándome alimentar, con la palabra, y los sacramentos. Es por tanto un acto de coherencia; compartir lo poco que sé, pues lo primero que aprendí de la Iglesia: es que todos los bautizados tenemos la misión de evangelizar.

Es de la doctrina de la Iglesia, la llamada y la responsabilidad de transmitir a los demás, el mensaje de vida, que tenemos los cristianos. Todos desde el mismo momento de nuestro Bautismo tenemos la gracia de Dios y su llamada a anunciar la buena nueva de su Reino. No ha sido para mí tarea fácil, he tenido que pedir ayuda a muchas personas, para que supervisaren y corrigieran este pequeño trabajo: Su contenido, su expresión, la utilización de las fuentes.
Todas las ideas expuestas quizás sin demasiada concreción, hablan de esos sentimientos, que a veces siento y otras veo sentir. Quejas que se escapan de nuestro interior y palabras de consuelo que también están en nuestro corazón, porque Dios las ha puesto allí.
Sin saber si estas reflexiones te pueden ayudar a examinar un poco tu vida de cristiano, Y sobretodo ir reconociendo, que todo lo que nos rodea: Los acontecimientos de cada día, nuestras circunstancias, más intimas y personales; Son parte de esa historia de salvación que Dios, hace con nosotros.

No pudiéndonos olvidar de que lo nuestro, (aunque te parezca lo más sencillo del mundo), es ir haciendo el Reino de Dios. Buscando adecuar nuestras acciones, pensamientos y deseos, a la voluntad de Dios. Teniéndole presente a lo largo de nuestras horas y de nuestras actividades.

Me detengo en estas consideraciones, partiendo de mi propia experiencia y del análisis u observación de la realidad que veo en mi entorno: en las Iglesias locales, que frecuento, generalmente en pueblos de Andalucía. Y en las que he participado como catequista y en la pastoral de la caridad, principalmente.

Estos voluntariados me han hecho descubrir, que mi vida, como la tuya tiene un gran valor, porque han costado la sangre de Cristo. Jesús, nos llama a colaborar con Él, en nuestra propia salvación, pues como decía S. Agustín: “Dios que nos creó, sin contar con nosotros, no puede salvarnos si nosotros no queremos”.
En breves líneas te diré lo que te vas a encontrar en este libro. Solo una serie de ideas, que pretenden, a la luz de la fe, interpelarnos sobre la historia de salvación que Dios quiere para cada uno de nosotros.

Mis fuentes son fieles a la Iglesia Católica, y de ellas doy fe en cada pie de página. Sólo intenta reflejar algunas cuestiones de las que Tú como cristiano y yo, nos hemos podido plantear muchas veces, mientras luchamos por ser mejores cristianos.
Es por lo que creo que lo entenderían mejor, los cristianos corrientes, que practican, pues si no eres creyente o no practicas, no creo que te anime este libro, aunque me gustaría.

Consta de ocho capítulos. Al final de cada uno anoto unos objetivos, para que después lo vayas reflexionando. O lo llevéis a un pequeño grupo de trabajo, donde cada uno aportéis nuevas ideas, que os puedan ayudar a vivir como cristianos, en medio del tiempo que nos tocó vivir.
Como verás también, todos los capítulos empiezan con la palabra: ”Bienaventurados”, El sentido es que cada cosa que se vive, cada circunstancia, o estado que vivamos los cristianos, debe ser para encontrarnos con Jesús.

Es uno de los objetivos de este trabajo también, el confirmar que el cristiano es o debería ser feliz, por muchas cosas que a veces pasan desapercibidas y que por tanto no solemos agradecer.

Cosas que probablemente una persona sin fe, la hundiría en desesperación, no encontrando el sentido salvifico, de la cruz o contradicción que muchas veces a lo largo del día, aparece en nuestro horizonte, y nos pone a prueba: las contrariedades, la enfermedad. Sobretodo es el pecado mismo, disimulado, enmascarado con apariencia de normalidad, lo que más nos hace sufrir.

Para un ser que intenta seguir a Cristo, la no-vivencia de sus preceptos no puede darle felicidad. Y el precepto que engloba todo, y que hace que todo tenga un sentido. Es el amor.
De este modo casi podríamos afirmar, que el hombre sufre, porque no sabe amar. ¿Cómo si no se entiende, que ni el dinero, ni la fama, ni el poder, que podríamos decir son los reyes de nuestra era, no dé la felicidad al hombre?.

Recordando las biografías de los santos, no encontramos, muchos ricos, ni poderosos, encontramos a personas que “amaron a los demás”

Espero por tanto, que a través de estas líneas, tu y yo, aprendamos también a amar: al que tenemos al lado, y al que tenemos dentro. Y empecemos a cambiar nuestras armas de guerra. Siendo nuestro único frente poner amor, donde no lo hay, hacer paz, donde no la haya. Aprender y enseñar a aceptar todo como venido para nuestro bien. Amar nuestras circunstancias, porque de ahí sacaremos fuerza para cambiar lo que sea necesario, para el bien de nuestras almas.
La autora.

I Mi encuentro con las Bienaventuranzas

Recuerdo que hace tiempo, según iba escuchando homilías, catequesis. . . y miraba en mi entorno a los cristianos que me ayudaban a ir conociendo las costumbres, las oraciones, empezaba a leer en la Sagrada Escritura. Veía en todo ello un compendio de enseñanzas o conocimientos que entraban por mis oídos o por mis ojos, y se iban alojando dentro de mi cerebro, como verdades en las que tenía que creer, dejándome llevar de la buena voluntad de la fe.
Eso estuvo bien, mientras fui joven. Como papilla que se le da a un bebé, el Señor me fue preparando, hasta mi madurez. En la que como criatura libre, que piensa y decide, llegó el momento de plantearme: Dios; que se me ha presentado como un Padre. Que ha creado todo un universo de maravillas, sobre las cuales en cierta medida me ha dado dominio. ¿Qué busca?. ¿Qué quiere de mí?.

Todas esas verdades que yo había ido aprendiendo de la mano de mis padres, de mis hermanos mayores y las otras amigas y amigos con las que compartía culto y veneración a Ese Dios un poco lejano todavía, cambiaron de significado. No eran palabras para saberlas. Eran verdades para vivirlas, verdades en las que las promesas de Dios a los hombres se volvían actuales, y personales; ¡Eran para mí!. -Concretamente, Dios me hablaba a mí, y al de al lado, y a mi vecino. . .
Fui descubriendo así el sentido de la llamada, algo que yo leía en la vida de los santos, pero que no me había tomado nunca en serio. Estaba muy bien para los santos, tanto en cuanto en los libros de sus biografías, veía que estaban adornados con unas virtudes excepcionales, que yo desde luego no poseía. Luego la santidad era algo utópica. De la que no tenía que preocuparme. Y a la que era absurdo aspirar.

Pero al reflexionar y leer despacio en el Nuevo Testamento, cada día se me fue haciendo más clara, esta premura e insistencia de Jesús en que despertara. En que le siguiera. . .y ayudara a despertar a aquellos a los que como yo, me tomaba, se toman su historia de salvación como una historia muy bonita, que les pasó a otros.
De cualquiera de las verdades contenidas en el Evangelio: Toda la historia de salvación que hace con Israel, la continuidad bajo la acción del Espíritu Santo en su Iglesia Católica durante más de dos mil años. De cualquier punto podríamos partir para empezar a caminar como verdaderos cristianos, con el mismo ímpetu y fidelidad de aquellos primeros, que acabaron muchas veces en el circo romano para divertimento del César y sus amigos.
Lo importante es empezar. Y según nos cuenta el Evangelio de S. Mateo, Jesús, empieza su primer discurso evangélico, exhortando a la muchedumbre, (entre la que tú y yo, podríamos ser espectadores). Invita a todos, a vivir para el Reino de Dios, les hace participes, corresponsables con este evento. Les recuerda que todos deben ser sal y luz en medio de su tiempo. Y les explica como tienen que hacerlo.
Tu y yo, sentados entre aquellos primeros, intentamos, comprender las palabras del maestro. Y sin salir de nuestro tiempo, aplicamos sus enseñanzas a nuestra realidad.
¿Es posible hoy vivir las bienaventuranzas?. ¿Me es posible a mí, buscar el Reino de Dios y su justicia, en mi entorno?. ¿Soy yo, en medio de mi familia, de mis compañeros de trabajo, en mis obligaciones, sal y luz, para los hombres de mi tiempo?

El punto que yo he elegido en este trabajo concreto son: “Las Bienaventuranzas” con las que pretendo irte descubriendo que en cada cosa que nos rodea. En cada una de nuestras circunstancias, en nuestros estados de ánimo, etc. está vigente, actual y apremiante la llamada de Dios a nuestra Conversión personal.

Darnos cuenta de que “Bienaventurados”, es un calificativo por el que se nos tendría que reconocer a los cristianos. Porque las Bienaventuranzas son nuestro medio para alcanzar la felicidad a la que Dios nos llama desde el principio de los tiempos. Toda circunstancia vivida por los que tenemos fe. Nos han de hacer mirar en positivo. Nos han de descubrir el rostro de Dios que nos ama.
Los cristianos, debemos sentirnos felices, “Bienaventurados”. Por que son inmensas las riquezas, que Dios ha preparado para nosotros, y además nos da los medios; para que sin necesidad de cosas extraordinarias las podamos ir conociendo, cada día un poco más: la oración, los sacramentos, la Santa Misa y las enseñanzas de la Iglesia.
Está por tanto la cuestión en quererlas descubrir. Para ello empecemos por recordarlas. Como si fuera la primera vez que la leemos.....
“SERMÓN DEL MONTE”
EVANGELIO DE S. MATEO
TRADUCCIÓN: P. JOSÉ MIGUEL PETISCO
De la compañía de Jesús

E iba Jesús recorriendo la Galilea, enseñando en sus sinagogas
[1] y predicando el evangelio o buena nueva del reino celestial; y sanando dolencias y enfermedades en los del pueblo.
Con lo que corrió su fama por toda la Siria, y presentábanle todos los que estaban enfermos, y acosados de varios males y dolores, los endemoniados, los lunáticos, los paralíticos; y los curaba: e íbale siguiendo una gran muchedumbre de gentes de Galilea, Decapó lis, Jerusalén, Judea y de la otra parte del Jordán.
Y viendo Jesús a todo este gentío, se subió a un monte, donde, habiéndose sentado, se le acercaron sus discípulos, y abriendo su boca los adoctrinaba, diciendo:
Bienaventurados los pobres de espíritu
[2], porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos
[3], porque ellos poseerán la tierra.[4]
Bienaventurados los que lloran[5], porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia[6], porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia.
Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacíficos
[7], porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia[8] , porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos seréis cuando los hombres por mi causa os maldijeren, y os persiguieren y dijeren con mentira toda suerte de mal contra vosotros. Alegraos entonces y regocijaos, porque es muy grande la recompensa que os aguarda en los cielos; del mismo modo persiguieron a los profetas que ha habido antes de vosotros.


[1] Edificios religiosos donde los judíos se juntaban a orar y a oír la explicación de la Ley.
[2] Los pobres que aceptan resignados su pobreza.
[3] Los que conservan la dulzura en las contrariedades.
[4] Significa tener parte en el reino de Dios en esta vida y en la otra.
[5] Los oprimidos y afligidos, y los que llevan vida penitente.
[6] Hambre de ser justos y santos.
[7] Los que viven en paz y la procuran a los otros.
[8] Por la virtud

II Nuestra vocación a la Bienaventuranza

“Las bienaventuranzas, dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes”. [1] Lejos de esta afirmación contundente, de que tras las bienaventuranzas está el mismo rostro de Jesús, el hombre de todos los tiempos y también el que vive en el siglo XXI, parece resistirse a entrar en esa verdad.

En nuestros horizontes se han levantado las mismas tentaciones que fueran hechas al Hijo de Dios al comienzo de su predicación; cuando fue substraído por el demonio para ofrecerle la potestad y el reino de la Tierra: a través del ofrecimiento o la llamada a sacar el máximo provecho humano de su divinidad.
Un poco es eso, lo que provoca en el mundo tanta ansia de poder, de disfrutar. Sin pensar en los que nos rodean, tentando nuestra propia suerte y nuestra propia vida en la búsqueda de placeres, que no llegan nunca a darnos la felicidad prometida.

En la utilización de los dones que se nos han dado, en un beneficio propio. Aunque éste sea sólo la búsqueda de la perfección, olvidando al hermano.
Precisamente para sacarnos de ese error, están las bienaventuranzas. Como recordatorio de que esas insinuaciones que oímos tan dentro de nosotros: son falsas y que además se pueden rechazar. Por que Jesús lo hizo, primero por nosotros.

Primero para darnos ejemplo, después para demostrarnos, que el mal nunca prevalecerá sobre el bien; Porque Dios es todo bien. Y Él es a fin de cuentas el principio y el fin.
Como invitación a enfrentarnos al mal. Desde nuestra coherencia y la fuerza de nuestra realidad, que también está muy dentro de nosotros.

En ese conocimiento por la fe: de que el amor de Dios, sobre sus criaturas, nos libera de las cadenas que pueden suponer estas invitaciones a apartarnos de Él.
Las bienaventuranzas son: “Características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones. Anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; Quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos.

Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer”.[2] Por eso nos recordaba S. Agustín, que el hombre no es plenamente feliz mientras no se encuentre con ese Dios que le ama con locura de Padre.

Yo Aún recuerdo la primera vez que oí o leí las bienaventuranzas y recuerdo que me impactaron, no las entendí. Desde mis oídos de niña era incomprensible, que me dijeran; que los que lloran, los que sufren y son pobres: son bienaventurados, el Señor les felicitaba por ello.

Recuerdo que no pude aprendérmelas nunca. Porque mi mente rechazaba esas verdades. Mi único consuelo era pensar que Dios no se podía equivocar. . . Y que antes o después a aquellos pobres les tocaría la lotería; los que lloraban, encontrarían un hombro, donde consolarse.
Así sucesivamente me iba buscando respuestas humanas que me ayudarán a entender lo que me parecía una verdadera incongruencia.
Hoy no es que vea con total claridad la magnitud y la verdad, que encierran esas siete ú ocho frases. Pero os puedo asegurar que tengo otras perspectivas, otros puntos de vista. Y a menudo me sorprendo sabiéndome y sintiéndome”: una bienaventurada”. . . En medio de mi pobreza interior, de mis dificultades cotidianas, desde mis errores, y mis deficiencias físicas, desde mi pequeñez y mi pobreza humana.

-¿Tú en que punto estás?.

-¿Son las bienaventuranzas una promesa idealista para que se consuelen los que vemos enfrente?.
-¿Has caído en la cuenta, de que las bienaventuranzas, te las dicen a ti, precisamente, a ti que las conoces, y las meditas?.
Generalmente, los que sufren, los que carecen de bienes o se sienten pobres, no tienen delante la Biblia, para ser su consuelo. . Te tienen a ti,”para ser su luz”. Y necesitan de tu coherencia para tener un modelo, que ellos puedan ver.

A fin de cuentas Tú y yo, “Cristianos”: deberíamos reflejar al Jesús que da su vida para salvar al hombre.
“Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos; Dios a través de ellas; quiere explicarnos como hemos de vivir para ser felices. ¡Dios nos llama a su propia bienaventuranza!.
Esta vocación se dirige personalmente, pero también al conjunto de toda la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe”.[3] Viniendo a ser, un modelo de vida, que generalmente se desarrolla en comunidad, o sea en contacto con los demás. Las bienaventuranzas, rompiendo todos los esquemas humanos, nos sacan del fango de nuestras realidades, para mirar con los ojos de Dios, al que tenemos al lado.



“La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios, por encima de todo”.[4] Son por tanto, nuestros verdaderos palos de guía, en el camino hasta el cielo. Vienen para nosotros. Pero es muy difícil descubrirlas si no nos conocemos a nosotros mismos.

Jesús nos llama hipócritas por ser tan ciegos. Por querer ayudar a los demás por nosotros mismos, sin contar con Él. Nos fijamos en los defectos de los demás, mientras disimulamos los nuestros en vez de luchar por corregirlos. Exigimos a los demás nuestros derechos: la verdad, la libertad, la justicia.....

Mientras que sobre lo que nosotros tenemos poder; practicamos la injusticia, el egoísmo y el uso de nuestras facultades, buscando siempre, nuestro propio beneficio.

Incansablemente el hombre busca la felicidad, en cualquier cosa. Las ciencias de la comunicación, estudian en cada momento, que es lo que podría hacer feliz al hombre, sabiendo que es, una prioridad en sus sentidos, esta búsqueda implacable.

Sin mucho acierto, ofrece sus productos, a través de eslogan, que llevan implícitos la consecución de este fin. Desde siempre el hombre ha buscado la felicidad, Si sigue buscando tras los escaparates del mundo, es por que nada de lo superfluo da la felicidad.

¿Dónde entonces encontraremos el bien más preciado, al parecer por la humanidad?. Es Jesús, el primero que llama al hombre a la felicidad. Dios crea al hombre para que sea feliz.

En el momento de anunciar las bienaventuranzas directamente a los que le oían en aquel momento, les invita a examinar sus situaciones concretas. Sus disposiciones interiores, en las que la mayoría, encuentran una contraposición del espíritu del mundo con el espíritu de Cristo.

Y así sigue siendo en nuestros días. El hombre, no atiende a la razón, de buscar la felicidad, donde Dios, le comunica que está. Dios, nuestro creador, sigue anunciando a cada época donde esta la felicidad: “En el vivir las bienaventuranzas”, las cuales quedan propuestas como fuentes de felicidad. Luego, nuestra vocación de cristianos, se concreta es nuestro deseo de vivir las bienaventuranzas propuestas por Cristo. Y vividas por Él.


[1] Nº 1717 del Catecismo de la Iglesia Católica. 1993. a partir de ahora C. I. C. A
[2] Nº 1718 del C.I.C.A.
[3] Nº 1719 del C.I.C.A.
[4] Nº 1723.del C. I C.A

III B. los pobres de espiritu

III “DICHOSOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU”

Podríamos llamar pobres de espíritu a los que el Señor pone a prueba, permitiendo la sequedad en su corazón. Y tendríamos que aprender a verlos como “Bienaventurados”, porque en ese estado se descubre lo pequeño que puede sentirse el ser humano; Se comprueba, que la felicidad verdadera está en Dios y solo en Él.

Bendito por eso debe ser, el tiempo de sequía del alma. En donde los abismos, aparecen bajo nuestros pies, sinuosos, exigentes y placenteros: ¡Déjate caer!, ¿Para qué luchar?, ¿Dónde está Tu Dios?.

Y hace que el hombre se pregunte: ¿Qué es lo real?. ¿Dónde esta la verdad de todo?.
A veces recuerda, aquella ilusión, de los primeros pasos. Los sentimientos al descubrir a un Dios que nos llamaba; Y tiene la tentación de compararlos con este desierto que parece compartir con la mayoría de los mortales, turbios por la desesperanza y el vacío interior.

Aun no tenemos claro, la causa de este cambio. Pero estamos convencidos, de no estar tan seguros como antes. Todo cuesta más ahora, hay como barro en nuestra alma. Y nos vemos: lentos, fríos, sin alegría. En el examen personal a aparecido un nuevo termino: “Tibieza”.

Por fuera no hemos cambiado, quizás nadie nota, nuestro malestar. Quizás por que es con nosotros mismos, con quien nos sentimos disgustados. Tristes al comprobar que por nuestro descuido en la mente y en el corazón. No podemos oír, al Señor. Sentimos el vació de nuestro desamor. Nuestra fe, parece adormecida. Nuestra vida de piedad, se llena entonces de actos externos, que apenas nos dicen nada.

Hay falta de amor en nuestro trato con el Señor. En la Santa Misa, somos espectadores de ritos. En nuestras comuniones no estamos expectantes al que nos visita.

La oración se vuelve vaga, dispersa, y nos puede parecer que nos hablamos a nosotros mismos, que no hay receptor, de nuestras peticiones.

Poco a poco perdemos el deseo de tratar más profundamente al Señor. Mientras seguimos prestando oído a esas voces interiores a las que tenemos la tentación de acomodarnos”: No pasa nada, nadie es perfecto”.

Así, en un detalle y otro; Vamos dejando de ser fieles, en las pequeñas cosas que pudieran unirnos a Dios: falta de arrepentimiento ante los errores personales, o pecados veniales, falta de ilusión en la lucha por ser mejores, búsqueda de nuestra comodidad y falta de mortificación en las pequeñas contrariedades.

Pronta está, en este tiempo la justificación propia, marcándonos un ritmo de cumplimiento mínimo, que consuela nuestra conciencia. Andamos al limite. . . del pecado mortal, aunque no nos duele aceptar el venial.

En resumen vamos haciendo perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor.[1]

Realmente en este estado podemos afirmar que nuestra alma esta enferma. Que nuestro espíritu esta débil. Y podemos confesarnos como “pobres”.

Esta experiencia, nos hace tocar tierra. Nos ayuda a ver nuestra realidad, cuando no contamos con el Señor.
Pues es en este tiempo precisamente cuando quizás tengamos la sensación de llevar la cuenta de lo que hacemos nosotros en nuestras fuerzas. Y comparándonos quizás con los que nos rodean, consideremos que lo poco que hacemos, es suficiente.
No es así, la medida del amor. Sobre todo no es que el Señor necesite de lo que hacemos. Si no que somos nosotros los que necesitamos tratar al Señor, para nuestro propio beneficio. Para la salud de nuestra alma. De este estado, el Señor nos permite salir, a poco que tomemos conciencia de que realmente, somos nosotros, los que estamos bajando el listón. No es el Señor quien se muda, a capricho.

Otro enemigo en este tiempo es “ la pereza”, que potencia y favorece esos sentimientos propios de la tibieza: ¡No tengo ganas de hablar con Dios, no siento nada, todo me cuesta más!.

Seguro que recuerdas, algún momento así en tu vida.

Momentos, donde no nos apetecía tratar al Señor, donde nos ha costado más incluso ir a Misa el domingo. Hemos retardado nuestra confesión. Se ha hecho áspera nuestra oración, y hasta hemos podido dudar de nuestra fe. Pareciéndonos que el amor de Dios se desvanecía en nuestra frialdad interior.

Pero recordemos de nuevo. No era el amor de Dios, lo que se alejaba, porque Él ha dejado su huella. Con nosotros vive su espíritu y nuestra alma está marcada por su nombre. . .

Sin embargo. . . Que trabajo nos cuesta a veces reconocerlo. Inmersos en los afanes que llenan nuestros días.
Por eso te recuerdo que hay un verdadero peligro en esos momentos al “dejar de practicar”. ¡Aparcarnos a la orilla!, Eso es lo que probablemente nos apetece. Pues queda muy lejos el “Duc in altum”,-mar a dentro,- de Jesús.
Y es la experiencia que vemos también en muchos de los que nos rodean. Personas que en algún momento de su vida estuvieron activas, entusiasmados. Y poco a poco fueron apartándose, como sin darse cuenta. Y así pasan años incluso. A la espera de que quizás un acontecimiento extraordinario, les haga coger de nuevo el camino.

Pero lo nuestro ha de ser volver a empezar cada día, retomar el camino en cuanto vemos que nos vamos desviando. Habremos de rebuscar en los rescoldos de nuestra alma; la fuerza para fomentar el espíritu de lucha, que debería empezar por hacer un buen examen de conciencia. Y pedir, luces a quien nos la puede dar, para estar alerta ante esos primeros síntomas. Este deseo de lucha es ya el principio de la Victoria: Fomentar el espíritu de lucha, nos llevará a cuidar cada día el examen de conciencia. De ahí sacaremos frecuentemente un punto en el que mejorar para el día siguiente y un acto de contrición por las cosas en que aquel día no fuimos del todo fieles al Señor.

Este amor vigilante, deseo eficaz de buscar al Señor a lo largo del día, es el polo opuesto a la tibieza, que es dejadez, falta de interés, pereza y tristeza en nuestras obligaciones de piedad para con Él.[2]
Aceptar esa caída, con humildad, para agarrarnos más fuerte la próxima vez. Al igual que hay momentos en la vida del hombre, en que anímicamente está vencido; piensa a menudo, que nada le sale bien, sin embargo no solo no deja de comer, asearse o hacer lo básico de su existencia. Si no que además acude al medico, para que le recete unas vitaminas.

En las cosas del espíritu debería ser igual, aunque con mucha más frecuencia, se abandona lo supuestamente básico para subsistir la vida interior. Y muchas veces damos rodeo antes de ir a confesar nuestro mal, para que nos ayuden.


Aparentemente estériles, secos, pero no podemos dejar de hacer aquel mínimo de actos piadosos, que hacíamos antes. Y el primero aconsejable es hacer una buena confesión. La diferencia puede estar en él animo, en el sentimiento o goce de hacer lo que debemos, que es lo que realmente debiera apetecernos. Todos damos por cierto que si en las llamadas depresiones físicas dejáramos de comer muy pocos, llegaríamos a viejos, pues antes o después, todos pasamos rachas bajas. Lo mismo ocurre a las almas, cuya madurez, precisamente se forma en la dificultad. Es cuando podemos estar seguros de nuestra fe, al vencer o subsistir en esos tiempos que verdaderamente nos sentimos probados en la fe. El tiempo de sequía espiritual, puede ser también un tiempo fuerte en inquietud, en búsqueda de la verdad. Sin el goce del sentimiento. El alma, en frío pregunta y se cuestiona, sobre cosas que en las primeras fases, cuando creíamos conocerlo y le tratábamos entusiasmados habían pasado inadvertidas: ¿Para qué?. ¿Por qué?. ¿Cuándo?. Quedan sin una respuesta en firme. Es el momento, en que dan fruto: la formación, el convencimiento por la fe, de las verdades, que creemos sin sentir. En frío: “La fe a solas”. Crecer hacía dentro; Un poco es eso lo que pasa. Se toma peso, aunque exteriormente no haya flores y la piedad a veces parezca o sea rutina. Mientras en la Biblia, se nos recuerda una vez más: “Bienaventurados los débiles; los pobres de espíritu”; por que el Señor, nunca abandona a un corazón contrito y humillado.
“Bendito sea Yahvé, que me ha brindado maravillas de amor.
Y yo que decía en mi inquietud “Estoy dejado de Tus ojos”
Más Tú oías la voz de mis plegarias
Cuando clamaba a Ti”. [3]
Sin saber como; el alma aunque a oscuras, anhela a su creador, a su Dios. Y es en el reencuentro con Él, donde halla mayor gozo.

El tiempo áspero de la fe, es el momento también, en que se moldean los bordes. Se es a veces: más objetivo y reflexivo. Y con un buen examen podemos reconocer los excesos y defectos, que nos han traído hasta el borde de nuestra existencia.

El alma, siempre frente a su Dios. . . y toman matiz de actualidad aquellos salmos del rey David:
¿Por qué Yahvé, té quedas lejos,
Te escondes en la hora de la angustia?.[4]
¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él?.
¿Qué será para Dios, esta criatura, que no levanta cabeza?. Pero que siente, que su Dios, sigue preocupándose y ocupándose de sus cosas.

¡Es el tiempo, de la fidelidad de Dios!. El alma sigue a ciegas. A la vista de los que le rodean, está dejando de ser fiel a aquello que un día, con la alegría inmensa del descubrimiento de su vocación particular, se propuso vivir, por amor a Dios.
Ahora cuesta más, se hace muchas veces, como gastando el último cartucho. Una y otra vez, durante el tiempo de “ esta noche “ a veces larga... el alma obedece a la razón, más que a los sentimientos y aunque en apariencia monótona. ¡Es éste el tiempo del verdadero amor!.
Amar de verdad a otro ser, es hacer cosas por él, sin buscarnos, y sin buscar recompensas ni placeres.

Como la madre que alimenta a su bebé, o realiza cada día las tareas del hogar para su familia, aunque la mayoría de las veces, no es visto su sacrificio ni su cansancio y ni a ella misma le costó hacerlo, pero ahí está, el amor oculto: En las obligaciones, en el trabajo, en el servicio que con nuestras actividades prestamos a los que rodean.
Todo trabajo sirve para algo,” es un servicio a los demás”. Lejos de ser un castigo, como a algunos dicen nuestro trabajo, nuestras obras son respuestas de amor a quien nos pensó.
Pero hay veces, que no es la tibieza lo que nos ata. Si no nuestra propia naturaleza débil, la que nos hace ir más despacio. Es la pobreza de los débiles, sin culpa. A diferencia como veíamos de la tibieza, en la que sí hemos tenido responsabilidad, al ir alejándonos voluntariamente de nuestro fin. Aunque no podamos entender a Dios, Sabemos sin embargo, que El ama a todas las criaturas, por ese motivo tendremos que afirmar:

“Bienaventurados los débiles en el espíritu, los enfermos psíquicos y aquellos cuya razón se ensombrece, sin causa conocida o demostrada científicamente”; Haciéndonos sentir que no puede el cuerpo a veces con nuestra alma.

Se dice popularmente, pero a veces según en que circunstancias, esto deja de ser literatura para ser una realidad literal.

Nuestra alma vuela en proyectos, anhelos, deseos y metas, a los que nuestros pies, nuestra naturaleza, el cansancio físico objetivo, no le permite llegar y deja al alma como presa circunstancialmente.

No en balde, nuestro cuerpo es mortal: se agota, se consume, se enferma y muere. Nuestro espíritu, al ser inmortal, puede permanecer: vigoroso, alegre y vivo; En un cuerpo de carne, que a veces no da más de sí. Nos encontramos a veces sobrecargados, deprimidos, en medio de una incertidumbre de dudas, que se ahogan, o se revelan, con signos exteriores, sin que el cuerpo de un paso adelante.

Es esta lucha interna, que provoca un cansancio en el ser, que le agota física y mentalmente y que deja al alma “presa “. Sin dejarla volar a donde ella quisiera.

Este estado que puede ser corto o largo, ya se conoce el refrán:
“ No hay mal que cien años dure” y yo añado: “ni cristiano que lo resista sin tentación “.

Tiene sus intermedios en la caridad de los demás: su preocupación por el enfermo, sus ánimos y acogida. Pero no curan este problema, sólo liman sus síntomas.

Un buen consejo, de quien nos conoce bien y a veces algún especialista que colabore en encontrar nuevas técnicas de alivio, enseñando al enfermo a despreocuparse un poquito, a descansar y a dirigir o menguar los impulsos del alma, podría acortar ese tiempo de sufrimiento para ese alma y seguro que a mejorar su estado físico.

Es curioso comprobar, que en la mayoría de estos conflictos del alma, parece que hubiesen instalado un contestador automático a cada paso u acción se conecta repitiendo: ¿Dónde está tu Dios?. Al parecer esto no es cosa de nuestros días, ya el rey David en el Salmo del levita desterrado, canta muy parecido a esta queja nuestra:
“Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo,
¿Cuándo podré ver la faz de Dios?. ...
Son mis lágrimas mi pan, de día y de noche,
mientras me dicen todo el día:
¿En dónde está tu Dios?.....
Yo lo recuerdo, y derramo dentro de mí, mi alma.[5]
Es eso lo que nos pasa. Ante la dificultad o las dudas muchas veces el hombre no busca ayuda. Esconde dentro de sí, las preocupaciones de su alma y no se abre a la ayuda.

Pero sabemos que Dios, está aquí!. No se va si le seguimos tratando, si seguimos pidiendo su consuelo, por que es su promesa:
“Yo estaré con vosotros siempre “
Él, no puede engañarnos. El hecho de no verle ni sentirle, no certifica su ausencia. Bueno le será al alma, seguir pidiendo, no desesperar, no cansarse de pedir:

¡Ven a mi alma, confórtame, cúrame. . .!

Con la certeza de que Él oye siempre la súplica del afligido y acude en ayuda del débil, viene a curar al enfermo. Eso es lo que le vemos hacer en el Evangelio y eso es lo que sigue haciendo cada día.
Bienaventurados por tanto, cuando nos sentimos cansados, oprimidos por nuestros conflictos. Porque Él, tiene el perdón para liberarnos de nuestras cargas y en los Sacramentos se nos ofrece con gratuidad y generosidad, toda la magnitud de su misericordia divina.

¿Quién mejor, que un Dios-hombre para comprender nuestra debilidad?. ¿Quién mejor que un Dios –Padre para compadecerse de nuestra pequeñez, de la fragilidad de sus hijos?.

Bienaventurados somos, cuando sabiéndonos débiles nos dejamos ayudar.

Cuando comienzan los barruntos de estas noches de fe, a veces tardamos en reflexionar sobre “La Soberbia”, que puede estar causando las primeras tristezas.

Es más fácil, buscar culpables en nuestro entorno, que descubrir que las heridas que más duelen son profundas, vienen de dentro.
Al modo de la impureza que Jesús en el Evangelio recuerda sale del corazón y no está tanto en lo que percibimos en nuestro derredor.

Al ser nuestra alma “el chic “ que informa todo nuestro ser, nuestra emotividad se sensibiliza en extremo, pareciendo que todo lo que nos rodea, fuese en contra nuestra, viniera a herirnos.

Tenemos la oportunidad de sentirnos las víctimas de todos y de todo; Pero no tenemos derecho y hacemos mal juzgando las intenciones de los demás.

Ese quizás sea uno de los engaños a los que nos vemos sometidos no caemos en la cuenta de que con ello faltamos a la Caridad.

Más adelante, podremos comprobar como no fueron “los otros”, los que cambiaron. Si no la percepción de todo lo que nos rodea, que a través de una verdadera ceguera estamos viendo con otro color. Permanecer en esa actitud es una perdida de tiempo, que aumenta los síntomas, ensucia nuestra alma, con las faltas de caridad que le debemos a los que nos rodean y nos va aislando de los que nos quieren.

La vanidad, el orgullo y el amor propio, se hacen hueco entre las actividades de nuestro día. . .

En este estado se pasa más tiempo, pensando en uno mismo: lo que nos afea, lo que nos desagrada de nosotros mismos, aumenta de dimensión. Se pierde por tanto seguridad en uno mismo y tendemos a escondernos tras el sufrimiento, que todo esto nos produce.
Bienaventurados seremos, si podemos hacer un buen examen de las causas; etiquetar y dar nombre a los efectos y después con paz, abandonarnos en los brazos de nuestro creador. Que nos invita a aceptar esa pequeña cruz, que nos agota, descargando su peso en quien la hace gloriosa.

Todo es bueno, todo viene para nuestro bien, luego convenciéndonos de esto, busquemos su cauce.
Quizás en ningún otro momento de nuestra vida se nos pida más entrega. Hasta ahora quizás pensábamos que al Señor, solo se le ofrecía aquello en lo que triunfábamos.
Es el momento de aprender que al Señor, se le pueden ofrecer otras muchas cosas: el trabajo de nuestras manos y el esfuerzo que ponemos en reponernos de estos altibajos, psíco-físicos a los que por nuestra naturaleza (elegida por Dios), estamos predispuestos.

Una y otra vez, “setenta veces siete”. Nos pide Jesús que perdonemos. ¡Vamos a darnos esa oportunidad!. -Vamos a perdonarnos -: nuestra debilidad, nuestra caída, nuestro error, nuestro cansancio; Si El mismo Dios nos perdona, ¿Cómo vamos a ser nosotros más exigentes que Él?.
Bienaventurados por último los que poniendo sus debilidades ante Dios, hacen fortaleza de ella, en la lucha constante por vencerlas.
En esto, se buscan inconscientemente comparaciones con los que rodean y nos puede salpicar otra enemiga de la alegría, ”la envidia “ ¡ojo con ella! Que se cuela, con falsas apariencias, de admiración y respeto hacia los demás.
Bendecir al Señor, por aquellos a los que vemos alegres y agradecer los momentos de paz, que se nos den. Pedir con insistencia la alegría de cada día, la que nos da la esperanza y el amor de los que rodean y siempre porque Dios nos ama.
Busquemos siempre estar cerca de María, que nos lleva a Cristo, como los niños pequeños que sabiéndose débiles se refugian en las faldas de su madre. Tu y yo, tendremos que aprender a empezar. Y tendremos que volver a empezar, muchas veces, todas las que haga falta. Con alegría, con humildad. Sabiendo que: “Dios cuenta con nuestra fragilidad.
Dios perdona siempre, pero es preciso levantarse, arrepentirse, ir a la Confesión[6] cuantas veces nos haga falta”. Con todo lo dicho, sobre lo que el hombre puede entender por pobreza de espíritu, dejaría incompleto este capítulo si no nos damos cuenta de que el Señor en esta Bienaventuranza, nos esta dando un consejo. Nos anima de alguna forma a querer ser pobres en el espíritu.
Que es tanto como invitarnos a no crearnos necesidades. Es una manera de ser libres. Y si libres más felices.
El mayor ejercicio de nuestra libertad, es el poder rehusar lo que no nos es necesario, o es realmente superfluo. Y de esta catequesis, si que necesitamos muchas dosis, los cristianos de nuestro tiempo.
Hoy que todo se vende. Que la publicidad esta en casa, bombardeando y creando apetencias, de cosas que no solo no las necesitamos para ser felices, sino que además, pueden hasta hacernos daño. Realmente es rico quien no necesita nada, Y por tanto realmente pobre, si creé que la felicidad está en todo aquello de lo que él carece. Unas veces en el terreno de lo material, como si nuestros ojos se quedarán arras de tierra. Sin mirar más allá, no disfrutamos de lo que realmente tiene valor, obsesionados por poseer más. (Matrimonios, absortos en el trabajo, que no hacen hogar, aunque ganan mucho, para pagar mucho, que nadie disfruta al final).
A estos por supuesto, hablarles de realidades sobrenaturales, es como echar palmas a los sordos.
Otras veces, también muy de nuestro tiempo: Es la avaricia del ser más, tener más, poder más. (Siempre más que otro). Es una tentación de nuestra inteligencia, donde se busca ser el centro de todo, (El que más. . . de lo que sea).
Volvemos con el recuerdo un momento al: “seréis como dioses”. Y lleno de amor propio por sí misma, vuelve la espalda al amor de Dios, vuelve la espalda al hermano, en el que está Dios. “Es la soberbia” de la que antes hablábamos.
No así el que se sabe pobre, El que todo lo ve como venido de Dios, Y halla complacencia en el agradecimiento que le debe.
Dice Jesús a la samaritana: “Si tú conocieras el don de Dios”[7]. Es en esa promesa a la esperanza ( a esperarlo todo de Dios), donde el que se sabe pobre, encuentra la alegría, que nadie puede arrebatarle. Y es ahí donde con firmeza, podemos afirmar que son bienaventurados los que se saben o se hacen pobres en el espíritu por amor a Dios y a los demás.


[1] Camino 326
[2] Tomo I de “Hablar con Dios”. (Fco. Fdez-Carvajal).
[3] Libro de los Salmos 30,22-23
[4] Salmo 10,1
[5] Salmo 42.
[6] Hablar con Dios.
[7] Jn. 4, 10
III- 1. “ POBRES PERO ALEGRES” “Yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar”[1]
Quizás humanamente hablando, no se puedan conjugar estos dos adjetivos, en una persona. Pero no podemos olvidarnos nunca, de la dimensión de Dios, presente en cada uno de nosotros. Su palabra nos dice una y otra vez que no hay tristeza que Él no pueda curar: “No temas, ten sólo fe”[2]
El alma que se reconoce pobre, sabe que no puede esperar mucho de sí misma, luego, el dar vueltas sobre esta realidad, puede hacerle sentir triste. Y el alma triste esta a merced de muchas tentaciones.[3]
La tristeza nace del egoísmo. De pensar en uno mismo. Y eso es un impedimento para buscar a Cristo;
Mientras que la Alegría que algunas veces errados buscamos entre los afanes del mundo. Nace precisamente cuando el hombre logra escapar de sí mismo, cuando mira hacia fuera. Cuando logra desviar la mirada del mundo interior, que produce soledad, porque es mirar al vacío[4].
Nosotros podremos estar alegres si el Señor está verdaderamente presente en nuestra vida, si no lo hemos perdido. Por que es entonces cuando tenemos un verdadero motivo para sentirnos, tristes y pobres.
Nuestro caminar cristiano: Con nuestras pobrezas a cuestas. Con nuestras torpezas, y nuestros aciertos, con nuestras perdidas y nuestras ganancias. Ha de ser un ir y venir siempre en el mismo objetivo: Encontrar a Cristo. Una y otra vez. . .
Él es el único que tiene palabras de vida eterna, el único que es capaz de cumplir sus promesas. Luego como diría Pedro. . .”Señor a quien iremos. . .” La alegría del mundo es pobre, es pasajera. La que encuentro en Ti es profunda y capaz de subsistir (Digamos compatible) con las dificultades, con el dolor, con las contrariedades, con los fracasos. Me gusta recordar, esos pasajes del evangelio, donde nos cuenta lo pobres que eran los apóstoles, lo frágiles que eran sus voluntades. Una y otra vez Jesús les tiene que animar y que calmar. No eran superhombres, se dejaban llevar por Jesús de la mano.
Imagino a María. . . vigilante, preocupada por que sabía lo débiles que eran. Detrás de ellos siempre. Para levantarles de sus torpezas, de sus faltas de fe, de sus pequeñas traiciones. María hoy, sigue pendiente de nosotros, para llevarnos hasta su hijo. Para indicarnos el camino cada vez que nos despistemos, para ayudarnos a recuperar la alegría que perdemos con nuestros pecados.
Causa de nuestra alegría, Madre de todos los pobres, Consuelo de todos los hombres.

Rogad por nosotros.


[1] Jn. 16,22
[2] Lc. 8,50
[3] Hablar con Dios.
[4] Hablar con Dios.





1.1
– OBJETIVOS PARA LA REFLEXIÓN:

1- Los pobres de espíritu, son bienaventurados, según el Evangelio. Porque se nos dará el reino de los cielos. Que es quizás lo más grande, A pesar de esa promesa; la mayoría de las veces, nos da miedo descubrir y sobretodo aceptar que todos somos imperfectos, todos tenemos miserias, infidelidades y tiempos en los que la vida nos parece una carga. Sin embargo Dios, Nuestro Padre, nos dice que podemos ser felices con todo ello y que su Reino puede vivirse ya, aquí en la tierra.
* ¿Te consideras Tú, pobre?
2- Descubrir nuestra pobreza: Física, económica o espiritualmente nos capacita de alguna forma para recibir las bienaventuranzas como un bien para nosotros. Una promesa, que se nos hace hoy a Ti y a mí.
Luego partiendo de esta pobreza podemos ver mejor la actuación de la Misericordia de Dios, para con nosotros.
* ¿Has experimentado alguna vez, que el Señor te ayude con esas cosas que tu consideras, tus defectos, o pobrezas?
3- Descubrir a través también de que consideramos malo (lo que nos entristece o nos hace sufrir) Cuál es la voluntad de Dios. Y comprobaremos que siempre es nuestro bien. Aunque a veces no entendamos sus recursos para hacérnosla conocer. * ¿Que hemos aprendido de nuestros errores? 4- La mayoría de los cristianos, que buscan seguir a Jesús, con más o menos empeño, tienen experiencia de lo que es una noche de fe, o una época más árida, más fría. Examinemos con paz. ¿Cómo fuimos entrando en ella? Y revivir sobretodo la experiencia para reconocer y valorar. *¿Qué fue lo que me ayudó a salir de ella?.

IV B. los que aman

Cuando pensé en escribir esta pequeña reflexión, no me fiaba de mis conocimientos de ningún tema, ni de mi propia experiencia; Me sostenía el recuerdo de las Sagradas Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia Católica.

Éstas nos dicen que la caridad es el principio y el final de toda esta historia de salvación que nuestro Padre Dios, ha querido hacer con nosotros. Y nos lo dice así de bonito S. Juan en su Epístola:
”EN LA FUENTE DE LA CARIDAD”:

“Queridos, amémonos unos a otros ya que el amor es de Dios y todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, por que Dios es amor.
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene. ¡En que envió a su Hijo único, para que vivamos, por medio de Él!.
En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amo y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.
Queridos; si Dios nos amo, de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca; Si nos amamos unos a otros Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.”[1]

Estas palabras del apóstol, a pesar de sernos conocidas, suelen olvidarse con frecuencia, especialmente en esas épocas áridas de las que hablábamos en el capitulo anterior. En las que deberíamos examinarnos sobre todo de si nos queremos a nosotros mismos, porque si no es así, ¿Qué amor podremos dar a los demás?.

En esos días en que estamos, como en crisis, nos solemos volver más ariscos; Evitamos a los demás y son muy pocos los deseos de compartir con nadie: ni tiempo, ni cosas, ni emociones. Eso nos hace sentir mal. Cuando un ser, que ha nacido del amor, no se ama a sí mismo, no puede dar amor. En vano oímos repetir las palabras de Jesús en nuestro corazón: ”Amaras al prójimo como a ti mismo. “ Y caemos en la cuenta de que es toda una lección, que pocas veces solemos meditar confundiendo o temiendo, este amarnos, por que Dios nos ama.

De pequeños, al recitar los Diez Mandamientos, podíamos olvidar o alterar el orden de alguno de ellos, pero lo que sí nos salía como cantinela era: “Estos diez Mandamientos se encierran en dos: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

Descifrando este escueto resumen de todo lo que Dios nos manda, quisiera resaltar, la última frase. A veces: “ El amarnos a nosotros mismos“. Se nos olvida.

Por eso; en estas modernas crisis existenciales por las que también pasamos los cristianos, deberíamos de introducir una nueva bienaventuranza: ”Dichosos los que se aman a sí mismos, porque podrán amar a los demás[2]”. Sin darnos cuenta, vamos también privando a los que nos rodean de nuestras riquezas y faltamos a la caridad que es el primer mandamiento. Cuando a nuestras obras les falta amor: son estériles, al menos a los ojos de Dios.

S. José Maria Escrivá, empezaba camino, con esta frase: “Que tu vida, no sea una vida estéril, sé útil. -deja poso- Ilumina, con la luminaria de tu fe de tu amor...”

Y es la primera formula de éxito en nuestro trabajo de cristianos. Los que nos rodean, tienen que darse cuenta de que los amamos. Por que así lo mandó Jesús a los que debieran seguirle:“Os doy un mandamiento nuevo; -Que os améis los unos a los otros. Qué como yo os he amado, así os améis, también vosotros los unos a los otros; en esto conocerán todos que sois discípulos míos.”[3]

En los tiempos que vivimos Siglo XXI, todo avanza y cambia muy deprisa. El diccionario de la Real Academia Española estudia y acepta cada día la incorporación de nuevas palabras e intenta definir mejor sus conceptos, aumentando o intentando clarificar mejor su comprensión y aceptación. Dando opción a una interpretación a veces ambigua de temas tan importantes como por ejemplo este del “Amor”. Sus definiciones deberían chocarnos, al menos desde un punto de vista cristiano. Vamos sin embargo a quedarnos con algunos de los términos empleados en él y que también nos pueden ayudar a reconocerlo como venido de Dios.

-Amor a la verdad: afecto por el cual el ánimo busca el bien verdadero o imaginado y apetece gozarlo.
-Amor apasionado: Sentimiento que atrae una persona a otra.
-Por el amor de Dios: Se usa para pedir con encarecimiento o excusarse con humildad[4].

El resto de las definiciones, búscalas si quieres, pero distan mucho de lo que me imagino que Jesús, quería decir, cuando, predica a los hombres, lo que les conviene, o como debe ser ese amor entre unos y otros, que tanto hace resaltar en la escritura.Por suerte, el termino “Caridad “ no sale tan mal parado aunque sí, bastante reducido:

-Caridad: -Amor a Dios y al prójimo; virtud cristiana opuesta a la envidia y a la animadversión, limosna o auxilio, que se presta a los necesitados.

Al observar estas definiciones. ¿No os da la sensación, de que falta algo?. Para nosotros cristianos, el amor y la caridad, no son términos separados, sino sinónimos. Y entre sus definiciones tendríamos que añadir, que cuando una persona no es capaz de sacrificarse por la otra, no la ama como Jesús nos enseñó.
Recuerdas. . . “amaos los unos a los otros, como yo os he amado”[5]. Si queremos amar como Él, tendremos que estar dispuestos a dar nuestra vida, en la cruz.

¿Y donde está nuestra cruz?. En nuestras apetencias, en nuestros intereses, que son los que tendremos muchas veces que cargarlos y tirarlos bien lejos. Porque nuestro amor propio, nuestro egoísmo, nuestra vanidad y nuestros caprichos, los tenemos que doblegar a las necesidades del otro. Procurar la felicidad del otro ser es a lo que llamamos hoy dar la vida por el hermano.
Vamos a viajar de nuevo a las escrituras; para leer despacito, pensando si queréis en las personas que nos rodean, a las que decimos que amamos: nuestro cónyuge, hijos, vuestros hermanos y familia cercana, vuestros amigos y compañeros . . . vuestros vecinos. . . Y a solas responderemos sinceramente:

¿Cómo estoy yo viviendo la caridad?, ¿Cómo les estoy amando?.
Quizás podríamos comparar nuestra forma de amar con lo que San Pablo nos dice:
“La caridad es paciente, es servicial.
La caridad no es envidiosa,
no es jactanciosa,
no se engríe,
es decorosa,
no busca su interés,
no se irrita,
no toma en cuenta el mal,
no se alegra con la injusticia,
se alegra con la verdad.
Todo lo excusa,
todo lo cree,
todo lo espera,
todo lo soporta”.[6]

Al preparar las catequesis para niños o contestar a alguna amiga sobre el tema de los mandamientos, he mirado siempre esta lectura y de paso sirve un poco para ayudarnos a preparar un buen examen para la confesión sacramental.

Realmente, ¿De qué nos confesamos?. . . – Y no penséis que es una pregunta tonta. Quizás hayáis tenido la oportunidad de escuchar a personas adultas, que suelen frecuentar la Iglesia e incluso comulgan con motivo de celebraciones familiares:

-“Yo no me confieso, porque yo no tengo pecados”.

Parece que a las personas se nos estuvieran olvidando los Mandamientos. Estos se basan en el Amor a los demás;
  • Cuando no perdonamos,
  • Cuando robamos algo material o íntimo de otra persona.
  • Cuando nos enfadamos o no somos pacientes.
  • Cuando matamos física o moralmente: criticando, humillando, anulando o ignorando.
  • Cuando no nos alegramos de los bienes de los demás.
  • Cuando usamos a los demás para nuestro servicio o interés,
  • Cuando no somos justos en el salario o las condiciones de los que de nosotros dependen.
  • Cuando buscamos nuestro bien por encima o al margen de los demás, cuando negamos nuestro apoyo y pasamos de largo ante quien extiende sus brazos o nos mira pidiendo ayuda, calor, apoyo... -No estamos amando como Jesús nos enseña No estamos amando como Jesús nos pide.

    “¿No has visto en que pequeñeces está el amor humano?. Pues también en pequeñeces está el amor divino “[7] Ciertamente, esas pequeñas cosas en las que caemos todos los días, son las pequeñas cosas en las que tenemos que luchar, por que son con las que podemos demostrar a Dios que le queremos, si queremos a los demás como Él nos encomendó.

    Por último te invito a que me acompañes al catecismo de la Iglesia católica, que nos dice: “La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por El mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.”[8]

Si tuviéramos que definir a Dios en dos palabras. Una de ellas sería “El Amor” y la otra “El Bien”. A lo largo de toda su predicación solo le vemos: hacer el bien por amor a los hombres. Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo.[9] Amando a los suyos “hasta el fin”[10], manifiesta el amor del Padre que ha recibido.

Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: ”Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; Permaneced en mi amor”[11].

Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo. Que murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos[12]. El Señor nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos.[13] Que nos hagamos prójimos del más lejano[14], que amemos a los niños[15] y a los pobres como a El mismo[16].

“Si no tengo caridad -dice también el apóstol- nada soy...”, Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma...”si no tengo caridad, nada me aprovecha[17]. La Caridad es superior a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes teologales: ”Ahora mientras vivimos subsisten: la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad”[18]

El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad[19]. Esta es “ vínculo de la perfección”[20]; Es la forma de las virtudes: las articula y las ordena entre sí; Es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar, La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino.

La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Éste, no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil; ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del “Que nos amó primero”[21]

La caridad tiene por frutos: el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; Suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión”.[22]


Todos estos puntos, recogidos de las enseñanzas de nuestra madre la Iglesia, nos dan la medida de lo que se nos exige como personas cristianas. A la vez nos hace comprender el gran escándalo que supone para los no creyentes que tú y yo, que nos declaramos cristianos delante de los demás, actuemos en muchas ocasiones sin ella.

Dios en su infinita misericordia, nos ve seguro luchar por limar nuestro carácter, y nuestras tendencias, pero hoy: ¡Vamos a renovar nuestro empeño por hacer de nuestras relaciones con los demás una verdadera virtud! Una vez hayamos aprendido a amar a los que tenemos cerca, podremos decir con firmeza. -¡Dios mío te amo!. Pero hasta entonces tú y yo tendremos que pedir con humildad “Enséñame a amar”[23]. Que no es simple limosneo de lo que nos sobra .

A veces nuestro amar; cuando no podamos aliviar o solucionar. Será o puede ser oración, encomendando sus necesidades. Unidos a los demás en la oración de los fieles. ¿Habrá caridad mayor?. Que preocuparnos por los que amamos, por su vida, por su salud y bienestar y por su alma. No lo debemos olvidar.

El ejercicio del apostolado cristiano, que se basa, en dar a conocer a Dios a los que no le conocen. Acercar a los que están lejos. Enseñar a los que ignoran estas verdades, que lo son, para la salvación del alma. Y la mayoría de las veces aprenderán: -Piénsalo bien. Al vernos vivir lo que predicamos, con la palabra.

Muchas más formas, de seguro, se te están pasando a ti, que lees esto, mientras intentas estar un rato en la presencia del Señor, concreta y pide a la Virgen, “el amor de los amores” de nuestro Dios que te ayude a vivir con más caridad y yo también me anoto este propósito, para con aquellos a quienes por la precipitación de esta vida, parece que hemos olvidado en el camino, por nuestros amigos de siempre, y por los que pudieran serlo. . .


[1] 1ª Epístola de S. Juan 4, 7-12.
[2] Lo entrecomillado es del autor.
[3] S. Juan 13, 34-35.
[4] Diccionario Enciclopédico Larousse. Ed. Planeta 1978.
[5] S. Juan 13,34-35
[6] 1ª Co.13,4-7.
[7] Camino 824.
[8] Punto 1822, Catecismo de la Iglesia Católica.
[9] Jn 13,34.
[10] Jn 13,1
[11] Jn 15,9
[12] Punto 1824, 1825, Rm 5 10,
[13] MT. 5, 44
[14] Lc. 10,27-37
[15] Mc 9,37
[16] MT. 25, 40-45.
[17] 1ª Co. 13,4-7
[18] 1ªCo. 13,13
[19] Punto 1827. del Catecismo de la Iglesia Católica.
[20] Col. 3,14.
[21] Jn.4,19.
[22] Punto 1829 del Catecismo de la Iglesia Católica.
[23] Camino 423

1.2 OBJETIVOS PARA LA REFLEXIÓN:

Pensar sobre la manera en que amamos a los demás.
Considerando tres puntos concretos:

1.-¿Cómo es el amor de Dios, para con nosotros?.
2.-¿Cómo amamos nosotros a los que nos rodean?.
3.-¿Qué le falta a nuestra forma de querer, para que cumpla la exigencia del Evangelio?.

V B. los que buscan la verdad

S. Juan Evangelista (siglo 1) Judío de Betsaída, apóstol de la Iglesia repetía las palabras del Señor diciendo que la verdad nos hará libres. Pero al parecer, el hecho de que muchas cadenas sigan rodeando las vidas de los hombres, nos demuestra que muy pocos conocemos “la verdad.”
No siempre o quizás me atrevo a decir casi nunca; el hombre se conoce a sí mismo. Incluso, por naturaleza, la capacidad de observarse físicamente, cuesta trabajo. Al tener los ojos en un sitio concreto de nuestro cuerpo.

Podría ser distinto si lleváramos los ojos en las manos. Podríamos vernos: por delante y por detrás, por arriba y por los lados. Pero no es así.
Solo para contemplarse exteriormente, el hombre ha de utilizar instrumentos ajenos a él: espejos, la sombra, etc. Y lo necesita para saber como va, o como es físicamente.

Más difícil aún es intentar conocer nuestro organismo por dentro; ya que sabemos que es una compleja maquinaria, muy bien ensamblada; con infinidad de funciones y órganos: músculos, huesos, y nervios, sobre los cuales tampoco tenemos el dominio, ni siquiera un conocimiento exacto.

Tanto más complejo si hablamos de “nuestra vida interior”, nuestros sentimientos, pensamientos, sueños, proyectos y batallas ganadas y perdidas.

No siempre, la persona domina este campo de su ser. Por eso en muchas ocasiones nos asaltan: dudas, miedos desconfianzas o simplemente vivimos engañados por nosotros mismos.
Es curioso comprobar, como a veces, nos choca y violenta, el apreciar un juicio de otra persona sobre nosotros. Y a la larga, con humildad, nos demuestra la vida, que esa persona tenía razón. Que sabía más de nosotros, de lo que nos parecía; Según maduramos, reparamos, en que los equivocados éramos nosotros. Justificado está por tanto que el consejo de nuestros padres, de un profesor o un buen amigo, con madurez nos sea de gran ayuda y haga las veces de ese espejo para el alma, que hasta hoy no hubo científico, capaz de diseñar.

Conocerse a sí mismo, es un “Don precioso”. Que no solemos pedir, pero que nos hace mucha falta para desarrollar al cien por cien nuestras capacidades y aptitudes.
El hombre, lleva intrínseca el ansia por conocer cuanto le rodea, los “Por qué” y los “Contra”, de las cosas; A veces se distrae y no se conoce a sí mismo. Eso le resta eficacia, confianza y rectitud a sus obras. Y por tanto plenitud y felicidad a su vida.

La inteligencia, don de Dios infinito; nos ha de hacer escudriñar en nuestro interior, pero no lograremos un efectivo discernimiento, si no nos dejamos conocer, ni corregir.
Bienaventurados quienes tengan cerca ese espejo para su alma en él que puedan ver los brotes tiernos de sus capacidades; Para que puedan cuidarlos y fomentarlos; haciéndolos crecer, para el bien común y propio.

Bienaventurados, los que oyendo a los demás, observando con avidez sus sugerencias y obras, aprendan a conocer sus limitaciones y a corregir sus asperezas.

Bienaventurados los que conociéndose a sí mismos, son tolerantes con los demás, sabiendo calzar sus zapatillas de vez en cuando y juzgan con benevolencia sus caídas, sabiendo que ellos en sus circunstancias, tal vez lo hubiesen hecho peor.

Esta discapacidad natural para conocernos a nosotros mismos, es además el motor inyector hacía la humildad verdadera y argumenta sobradamente peticiones de ayuda al Señor, como esta:

“ Abre Señor, mis ojos, mi entendimiento, mi corazón y mi mente, para que conociéndome, pueda responderte mejor y servir con más eficacia a los que me rodean”.[1]
Bienaventurados los que buscan la verdad y la practican. Una de las primeras verdades, que el hombre olvida al verse erguido sobre sus pies es: ¿Quién es?, ¿De quien es?, ¿Quién le pensó y diseño con tanta perfección?. Y que pena da ver con cuanta facilidad esto olvidamos y cuantos errores y horrores se cometen en nuestra sociedad a causa de este olvido.

A veces crímenes como el aborto, no permiten que algunas...o muchas criaturas vean la luz[2]. No les dejan tener tiempo de madurar ni de tenerse que cuestionar a quien les deben la vida (que le arrebatan sin preguntarle).

Otras veces la manipulación de las conciencias y el trato de mercancías, que reciben muchas personas: en su mayoría mujeres y niños. (Enajenan las conciencias, sin dejarles sentir la dignidad de personas). Algunas otras veces, poniendo de excusa: la raza, el sexo, o el color de sus ideologías políticas ó religiosas. (Enarbolan sus banderas en contra de esos ciudadanos del mundo, hijos todos del mismo creador).

En medio de países ricos y la opulencia de la vida. Se degradan las costumbres que a través de las artes: las letras, el cine, la publicidad y los medios audiovisuales incrustados en el seno de la familia, como parte y razón de ella, terminan perforando la integridad de lo que es natural en si mismo (desnaturalizando). Dándonos su verdad, por encima de la verdad misma y primera que es el ser hijos de Dios, y no de bestias. Un Dios que con tanto esmero creó al hombre y al que donó de un regalo inapreciable:”Su libertad y su dignidad“.

¿Quién ha hecho olvidar al hombre esta verdad?. Que todo hombre y mujer son además de criaturas de una especie, o condición determinada “Hijos de Dios”.

En este faltar a la persona como tal estamos considerando también la violencia física o psíquica, que a través de los medios audiovisuales y prensa, llegan a nuestro conocimiento.

En menor grado, pero no de mejores consecuencias. Están las pequeñas rencillas domésticas, que en realidad forman parte de esa razón del mal, que corroe más aprisa a los corazones, que todos los gases a la capa de ozono de la que tanto nos preocupamos. Y que tienen su epicentro: en el odio, la envidia y el egoísmo entre otros “virus del alma” que a veces no se ven pero que están en el principio de los roces entre los hermanos, los padres y los hijos, los esposos, los compañeros, los amigos y los vecinos. Ciertamente, que muchas veces no salen a la luz, si no que se viven en lo oculto de las conciencias amasando vidas desgraciadas y llenas de hipocresía.

Bienaventurados los que buscan la verdad, por que ésta le llevará a Dios y en su presencia todas estas cosas se ven con nitidez y tenemos la opción de cambiarlas, o al menos de luchar por intentarlo y de buscar asemejarnos a lo que es posible que el Señor, querría para sus hijos.
Bienaventurados, por eso quienes en su vida se paran a hacer examen. Y sacan a la luz de su conversación con el Señor, los recovecos de su corazón. Él les hará ver donde está, lo que entristece o ensucia su alma y lo que dificulta sus relaciones interpersonales.

Muy al contrario de la actitud negativa y perezosa de ocultar nuestros defectos, con vanidades que antes o después dejarán al descubierto, nuestra fealdad.
“Todo lo oculto y hecho en secreto verá la luz y delante de todos, en el juicio universal”. “Frente a Cristo, que es verdad, será puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios”.[3]

El juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena:[4] “Todo el mal que hacen los malos se registra-y ellos no lo saben. El día en que Dios no se callará”[5]. Se volverá hacia los malos:

”Yo había colocado sobre la tierra, dirá Él,
a mis pobrecitos para vosotros.
Yo su cabeza gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre
–pero en la tierra mis miembros tenían hambre.
Si hubiérais dado a mis miembros algo,
eso habría subido hasta la cabeza.
Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la tierra,
los constituí comisionados vuestros
para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro:
como no habéis depositado nada en sus manos,
no poseéis nada en Mí “[6]

-Que este pensamiento nos anime y ayude a una vida más sencilla, sin doblez.

Los errores humanos pronto reconocidos en nuestro examen particular. Y la estimulación de un espíritu de rectitud de intención Nos devolverán la alegría. Al darnos la oportunidad de pedir perdón, o perdonar pero sobretodo el gran placer de rectificar. Que a pesar de ser duro, es gratificante, si lo que nos mueve es alguno de estos motivos:

*Por amor a Dios. *Para el bien de nuestra alma. *Por todos los demás (que forman Iglesia con nosotros) y a quienes nuestras caídas afectan privándoles de santidad.

Sé que este tema de la verdad, es complicado. Por que cada cual cree tenerla y pone en duda la del otro si no se asemeja a la suya. Por eso como en anteriores capítulos, te invito a comenzar un recorrido por lo que este tema ha suscitado a otros autores más capacitados; En especial el Magisterio de la Iglesia.[7]
También de este tema, tendrás tus ideas y probablemente tus propias verdades. Que te recomiendo como siempre que las confrontes que no seas mero lector. Que te cuestiones a la luz de otras versiones, ¿Cuál es tu idea de la verdad?. Y si esto te ayudara a encontrar al menos parte de la tuya, permíteme felicitarte.

Quizás te pareció chocante que no comenzara este título con la proclamación del octavo mandamiento. Ciertamente que es tan importante, como para ocupar un sitio en el decálogo dejado a Moisés, para el bien de la comunidad. Como todos los mandamientos no son meras prohibiciones para fastidiar a los chismosos, o amigos de la mentira.

No soy yo quién, pobre de mí; para interpretar las intenciones de Dios. Solo creo que nos debiera bastar con estar convencidos de que Dios nos ama. Y un ser que ama. No impone unas normas solo para manifestar su poder y que queden bien claras, que quien no cumple sus leyes, no es digno de Él..Aunque esta, es un poco la “catequesis popular” que se percibe en muchos de los que se llaman cristianos.

Antes bien prefiero imaginar a un padre, como Tú y como yo, (probablemente), intentando llevar a sus hijos por el camino que les conduzca a la felicidad. Y no a una vida desgraciada y gris. Pero, como esto es tan serio, como para haberse preocupado Dios de que lo supiéramos. Ético es oír a nuestra madre la Iglesia, que nos lo explique:

[8]El Antiguo Testamento lo proclama.”Dios es fuente de toda verdad”, Su palabra es verdad[9]. Su ley es verdad[10] Puesto que Dios es el veraz[11], los miembros de su pueblo son llamados a vivir en la verdad.[12]

[13] En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud. “Lleno de gracia y de verdad”[14], él es la “Luz del mundo”[15] la Verdad[16], El que cree en Él, no permanece en las tinieblas[17]. El discípulo de Jesús,”permanece en su palabra“, para conocer “la Verdad que hace libre”[18] y que santifica”[19].

Seguir a Jesús es vivir del “. Espíritu de verdad”[20], que el Padre envía en su nombre[21] y que conduce“ a la verdad completa”[22]. Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional a la verdad sea vuestro lenguaje: ”Sí, sí; no, no”[23].

[24]El hombre busca naturalmente la verdad. Está obligado a honrarla y atestiguarla: ”Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, se ven impulsados, por encima de su misma naturaleza, a buscar la verdad.

[25]La verdad como rectitud de la acción y de la palabra humana, tiene por nombre veracidad, sinceridad o franqueza. La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.
Rico en detalles es este capitulo del Catecismo de Iglesia Católica[26] que no tiene desperdicio, y te animo a buscarlo y a meditarlo despacio. No-solo para las consecuencias propias que te pueda suscitar. Si no también para aclarar a los que te rodean, las dudas respecto de estos artículos. Y que hoy tanto la prensa, como el cotidiano vivir, lo está convirtiendo en un género popular. ¿Qué me dices de los programas, revistas, y entrevistas sobre famosos y no tanto que juegan arbitrariamente con su verdad?.

Y lo que es más cruel con la vida de los demás. Induciendo como sin querer la costumbre de difamar la reputación, o echar por tierra el honor del famoso de turno. Quién en muchas ocasiones entra en este juego, “Tomando su verdad”, como mercancía a la venta del mejor postor.

¿Qué tu y yo como cristianos no tenemos nada que decir al respecto?
Piénsalo al menos ¿Vale?.

[1] lo entrecomillado es del autor.
[2] En el año 2002 según datos del Ministerio de Sanidad y Consumo se realizaron en España 69.857 abortos legales, En Andalucía 11.697 y en Sevilla concretamente 2.163 abortos legales.
[3] S. Juan 12,49.
[4] Nº 1039 del C.I.C.A.
[5] Salmo 50,3.
[6] S. Agustín, ser 18. 4,4
[7] cfr. Juan Pablo II, Encl. Veritatis Splendor.
[8] Nº 2465 del C.I.C.A.
[9] Prov 8,7;2 s /,28
[10] Salmo 119,142.
[11] Rm 3,4
[12] Salmo 119,30.
[13] Nº 2466 del C.I.C.A.
[14] Jn 1,14.
[15] Jn 8,12
[16] Jn 14,16
[17] Jn 12,46
[18] Jn 8,31-32
[19] Jn 17,17
[20] Jn 14,17.
[21] Jn 14,26
[22] Jn 16,13.
[23] MT 5,37
[24] Nº 2467 del C.I.C.A
[25] Nº 2468 del C.I.C.A
[26] BIBLIOGRAFÍA: La documentación mencionada puedes encontrarla en el C.I.C.A , 3ª Parte, Sección 2ª. Cápitulo 2º. Articulo 8º, cuyos subtítulos son: I-Vivir en la verdad. II- Dar testimonio de la verdad. III- Las ofensas a la verdad. IV- El respeto de la verdad. V- El uso de los medios de comunicación social. VI- Verdad, Belleza y Arte Sacro.
Este texto es literalmente el punto 1039 del C.I.C.A.




1.3 OBJETIVOS PARA LA REFLEXIÓN:

1. - La búsqueda de la verdad ha de empezar por el reconocimiento de la verdad más inmediata. O sea de “Nosotros mismos”. Las virtudes, los defectos, nuestras preferencias, y nuestros intereses.
2. - Observar en nuestro entorno y descubrir los engaños o la falta de verdad que hay en muchas de las actuaciones de los hombres.

3. - Nuestra libertad, podemos vivirla en la medida en que conozcamos la verdad sobre las cosas.
4. – En el fondo de la verdad habremos de encontrarnos con Dios, pues Él dice de sí mismo que es: “El camino la verdad y la vida".