sábado, 13 de septiembre de 2008

introducción:

En la Iglesia Católica tomé las aguas del Bautismo, que me hacían ser Cristiana, por tanto receptora del mensaje de salvación de su fundador, Nuestro Señor Jesucristo. Mucho tiempo después fui comprendiendo el gran favor que me habían hecho mis padres, al depositarme en su seno y al dejar que ésta me fuera instruyendo y dándome a conocer las promesas que para mí, Dios, había hecho.

A pesar de que he sido un miembro activo dentro de ella. Me parece haber estado siempre montada en su carro. Dejándome alimentar, con la palabra, y los sacramentos. Es por tanto un acto de coherencia; compartir lo poco que sé, pues lo primero que aprendí de la Iglesia: es que todos los bautizados tenemos la misión de evangelizar.

Es de la doctrina de la Iglesia, la llamada y la responsabilidad de transmitir a los demás, el mensaje de vida, que tenemos los cristianos. Todos desde el mismo momento de nuestro Bautismo tenemos la gracia de Dios y su llamada a anunciar la buena nueva de su Reino. No ha sido para mí tarea fácil, he tenido que pedir ayuda a muchas personas, para que supervisaren y corrigieran este pequeño trabajo: Su contenido, su expresión, la utilización de las fuentes.
Todas las ideas expuestas quizás sin demasiada concreción, hablan de esos sentimientos, que a veces siento y otras veo sentir. Quejas que se escapan de nuestro interior y palabras de consuelo que también están en nuestro corazón, porque Dios las ha puesto allí.
Sin saber si estas reflexiones te pueden ayudar a examinar un poco tu vida de cristiano, Y sobretodo ir reconociendo, que todo lo que nos rodea: Los acontecimientos de cada día, nuestras circunstancias, más intimas y personales; Son parte de esa historia de salvación que Dios, hace con nosotros.

No pudiéndonos olvidar de que lo nuestro, (aunque te parezca lo más sencillo del mundo), es ir haciendo el Reino de Dios. Buscando adecuar nuestras acciones, pensamientos y deseos, a la voluntad de Dios. Teniéndole presente a lo largo de nuestras horas y de nuestras actividades.

Me detengo en estas consideraciones, partiendo de mi propia experiencia y del análisis u observación de la realidad que veo en mi entorno: en las Iglesias locales, que frecuento, generalmente en pueblos de Andalucía. Y en las que he participado como catequista y en la pastoral de la caridad, principalmente.

Estos voluntariados me han hecho descubrir, que mi vida, como la tuya tiene un gran valor, porque han costado la sangre de Cristo. Jesús, nos llama a colaborar con Él, en nuestra propia salvación, pues como decía S. Agustín: “Dios que nos creó, sin contar con nosotros, no puede salvarnos si nosotros no queremos”.
En breves líneas te diré lo que te vas a encontrar en este libro. Solo una serie de ideas, que pretenden, a la luz de la fe, interpelarnos sobre la historia de salvación que Dios quiere para cada uno de nosotros.

Mis fuentes son fieles a la Iglesia Católica, y de ellas doy fe en cada pie de página. Sólo intenta reflejar algunas cuestiones de las que Tú como cristiano y yo, nos hemos podido plantear muchas veces, mientras luchamos por ser mejores cristianos.
Es por lo que creo que lo entenderían mejor, los cristianos corrientes, que practican, pues si no eres creyente o no practicas, no creo que te anime este libro, aunque me gustaría.

Consta de ocho capítulos. Al final de cada uno anoto unos objetivos, para que después lo vayas reflexionando. O lo llevéis a un pequeño grupo de trabajo, donde cada uno aportéis nuevas ideas, que os puedan ayudar a vivir como cristianos, en medio del tiempo que nos tocó vivir.
Como verás también, todos los capítulos empiezan con la palabra: ”Bienaventurados”, El sentido es que cada cosa que se vive, cada circunstancia, o estado que vivamos los cristianos, debe ser para encontrarnos con Jesús.

Es uno de los objetivos de este trabajo también, el confirmar que el cristiano es o debería ser feliz, por muchas cosas que a veces pasan desapercibidas y que por tanto no solemos agradecer.

Cosas que probablemente una persona sin fe, la hundiría en desesperación, no encontrando el sentido salvifico, de la cruz o contradicción que muchas veces a lo largo del día, aparece en nuestro horizonte, y nos pone a prueba: las contrariedades, la enfermedad. Sobretodo es el pecado mismo, disimulado, enmascarado con apariencia de normalidad, lo que más nos hace sufrir.

Para un ser que intenta seguir a Cristo, la no-vivencia de sus preceptos no puede darle felicidad. Y el precepto que engloba todo, y que hace que todo tenga un sentido. Es el amor.
De este modo casi podríamos afirmar, que el hombre sufre, porque no sabe amar. ¿Cómo si no se entiende, que ni el dinero, ni la fama, ni el poder, que podríamos decir son los reyes de nuestra era, no dé la felicidad al hombre?.

Recordando las biografías de los santos, no encontramos, muchos ricos, ni poderosos, encontramos a personas que “amaron a los demás”

Espero por tanto, que a través de estas líneas, tu y yo, aprendamos también a amar: al que tenemos al lado, y al que tenemos dentro. Y empecemos a cambiar nuestras armas de guerra. Siendo nuestro único frente poner amor, donde no lo hay, hacer paz, donde no la haya. Aprender y enseñar a aceptar todo como venido para nuestro bien. Amar nuestras circunstancias, porque de ahí sacaremos fuerza para cambiar lo que sea necesario, para el bien de nuestras almas.
La autora.

No hay comentarios: