viernes, 12 de septiembre de 2008

IX B. los pacientes

Salvador Canals termina su capitulo titulado: ”La cizaña y el buen trigo”, de su libro “Ascética meditada” con las siguientes frases que dan comienzo a este: “ El segundo consejo que Cristo nos ofrece (En esta parábola en concreto de la cizaña y el trigo). Se refiere a la paciencia con nosotros mismos y con los demás. En vuestra paciencia poseeréis vuestras almas.

Nos dice Jesús en otro lugar del Evangelio; el precio último de vuestra santidad es así la paciencia. Esa paciencia en la cual la palabra de Dios da fruto: Paciencia que es humilde siempre, y prudencia y humilde voluntad de no sustituir jamás los planes de Dios por nuestros planes”.

Tras esta breve introducción veamos que más podemos aprender sobre esta virtud.
La paciencia es como una gran señora entre las virtudes. Incluso fuera de un ámbito religioso de piedad, tiene un reconocimiento como “pilar fuerte”, para perseguir o alcanzar cualquier meta, que el hombre se proponga. Tanto en la vida familiar, espiritual, o profesional.
Hay un refrán que dice.”La paciencia es la madre de la ciencia”, como confirmación de lo anteriormente dicho. Este término usado en la sabiduría popular nos recuerda la grandeza de esta virtud.

Pero yo aun diría más; La paciencia es el brazo derecho de la Caridad; la virtud por excelencia:“No se impacienta, el que ama de verdad”.
A poco que nos paremos a examinar como le va al mundo de las criaturas; podemos comprobar que Dios es infinitamente paciente con todos nosotros y con los demás también.
“La paciencia es, la hermana gemela de la esperanza”. Ya que ésta es la cualidad del que sabe esperar con calma las cosas que tardan.
Dice también el Diccionario de la Real Academia de Lengua; que la paciencia es la virtud que consiste en sufrir con serenidad y resignación los infortunios y trabajos que acaecen al hombre.
“La paciencia es además la herramienta de trabajo más usada por los padres y profesores, en la educación de los hijos y alumnos.
“La paciencia, es medida de paz, en momentos difíciles: en enfermedades y contrariedades. En proyectos de estudios o trabajos. Todas estas ilustraciones de la paciencia, nos hacen reconocerla como “Virtud excelente, que Dios regala” y que hay que pedir cuando nos falte.

Su ausencia puede provocar grandes males en la sociedad, ya que es en medio de los demás donde la ponemos en practica. Pero además es causa de insatisfacción y tristeza, para la persona que carece de ella. Como sentimiento, percibimos la impaciencia pero a veces sus raíces pueden estar más allá, tramando una serie de fisuras en el alma.
La soberbia y el egoísmo, muchas veces se ocultan detrás de una simple apariencia de impaciencia, que nos quita la paz. Cuando esto se repite frecuentemente no deberíamos tomarlo a la ligera, sino más bien llevarnos el tema a examen.
Al hombre de vez en cuando se le olvida su pequeñez y entra en lucha con los elementos de la propia naturaleza. Cuando cualquier acontecimiento rompe o retarda sus planes. Su primer instinto es luchar contra ellos. A veces, el camino que tomamos ante lo que nos contraria.
Es la falta de aceptación de la situación, llegando a la ofuscación inmediata.
En esos momentos no nos deja ver que nuevas posibilidades tiene nuestra actual situación, para mitigar sus efectos. Si no que parece como cegarnos y ensordecernos. Es por ese camino, donde se llega a que ciertas personalidades, obsesivas y vulnerables, cometan torpezas, de las que después tendrán que arrepentirse y pedir perdón.

Hay otras personas, sin embargo que tienen cierta facilidad para reaccionar con calma, ante lo que no se espera, ante las pruebas, o contratiempos de la lucha cotidiana. Son los bienaventurados, que parecen no olvidar que todo viene para nuestro bien. Y tardan más en enfadarse, no desesperan y suelen tener mejor humor.
Como antes decíamos, la Paciencia es una Virtud; Es decir, una disposición natural o adquirida para realizar el bien. Que nos viene como Don, entre las características de nuestra personalidad. Pero que por supuesto se puede trabajar, ejercitándola con continuidad en los pequeños avatares de la vida. Y poniendo de nuestra parte la voluntad de aceptar, lo que no podamos cambiar. Pero también, hay que ejercitarnos deseando mejorar todo aquello que veamos que está a nuestro alcance: Preocuparnos más por los que tenemos en nuestro entorno: Familiar, laboral o social. Ser más generosos. Trabajar mejor, etc.

Cuando se es joven, (salvo excepciones), no se suele vivir con paciencia. Antes bien a cada esfuerzo o acto, buscamos respuesta y a veces reconocimiento: recompensa o castigo inmediato a nuestro obrar. Como el niño que siembra una grano de trigo y al otro día busca impaciente su espiga.

En la vida interior, ocurre un poco igual. Las almas que desde su juventud buscan a Dios de alguna forma. Experimentan quizás una sensación más inmediata de que Dios les oye y hasta les parece a veces, poder oírle a Él.

El ímpetu de la naciente vocación y el deseo o actitud de acción en correspondencia a eso que definimos como: “llamada”. Se ve como gratificado por pequeñas luces, que saben a victoria. ¡Guay!, ¡Sí siempre fuera así!. Sí la emoción y la fuerza vocacional impregnará toda nuestra vida por siempre.

Pero no suele ocurrir. Antes o después a todas las almas y quizás especialmente a las que más desean ser fieles, les llega el tiempo de la aridez espiritual. Probablemente es a esto a lo que los grandes santos han llamado: “noches de Fe”. Otros simplemente el tiempo de la
prueba. A esto quizás, se refiera Jesús en la parábola del sembrador, que recordamos ahora:
[1]“Salió una vez un sembrador a sembrar. Al sembrar la semilla, una parte cayo en el camino; vinieron los pájaros y se la comieron; Otra parte cayo entre las piedras, donde apenas había tierra. Broto enseguida por no estar muy honda, pero al salir el Sol, la quemo y al no tener raíz, se secó. Otra parte, cayó en la tierra buena, la semilla creció, se desarrollo y dio fruto. Unas treinta, otros sesenta y otros cien”. Dios, que es quién siembra la fe. Permite también que seamos probados en ella. Si bien es verdad, que quién es constante, permanece en ella, por la gracia. Aun sufriendo esos ataques de la tribulación. Muchos otros se desaniman, se sienten frustrados en su impaciencia y abandonan el camino recto.

Unida a la Fortaleza, la paciencia, asegura en las dificultades la firmeza y constancia en la búsqueda del bien. Reafirmando la disposición de resistir a la tentación. En la que se sucumbe antes siendo impacientes. Ayuda por tanto a superar los obstáculos en la vida moral. En la que con paciencia vamos rectificando y poniendo esfuerzo renovado de nuestras intenciones.
La paciencia, la descubrimos unida a la esperanza desde el principio de la predicación de Jesús en las Bienaventuranzas. Y como tal, es la paciencia, la que traza el camino hacia el Reino prometido a través de las pruebas que nos esperen en el camino.

Pero siempre fiando en los méritos de Jesucristo y de su Pasión, guardados en la Esperanza que no falla[2]. S. Pablo también nos recuerda en la primera carta a los de Corinto lo siguiente:
”La caridad es paciente . . . Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta[3]”.
Como vemos; cuando nuestra paciencia esta animada por la caridad. Se convierte en una virtud que nos ayuda a amar más a los demás. Pudiendo así ayudarles, perdonarles y esperar por ellos. La caridad cristiana nos empuja a tratar con verdadero amor a los demás. Siendo prudentes y pacientes con los que viven en el error o la ignorancia de la fe.
La paciencia como las otras virtudes humanas se pueden adquirir a través de la educación de la voluntad, mediante la ejecución de actos deliberados, por ejemplo cuando contamos hasta diez antes de enfadarnos. Perseverando en el empeño de no dejarnos llevar a la ligera por nuestras apetencias o impulsos.

Estos pequeños esfuerzos mantenidos, nos ayudan a forjar nuestro carácter y poco a poco nos van dando soltura en la práctica del bien que deseamos.

Por último, reconocemos también cómo de la Fe, brota la esperanza que se suscita en las siete peticiones del Padrenuestro. Como todos sabemos, esta oración por excelencia manifiesta las necesidades del hombre en el tiempo presente. Pidiendo a Dios todo lo que El mismo le ha enseñado que necesita para ser feliz y gozar de la vida, aún en este tiempo.

No quiero extenderme más en la consideración de esta bienaventuranza, para no poner a prueba vuestra paciencia con esta pobre aprendiz de escritora.

Dejemos a una verdadera maestra: Santa Teresa, para que cierre este pequeñísimo capítulo sobre la virtud de la paciencia:
“Nada te turbe.
Nada te espante.
Todo se pasa.
Dios no se muda.
La Paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene.
Nada le falta. . .
Solo Dios, basta.

[1] MT 13, 4-23 y Lc 8, 4-15
[2] Rm 5,5
[3] 1ª Co. 13,4 -7

1.7.OBJETIVOS PARA LA REFLEXIÓN


1. ¿Qué virtudes, tienen relación con la paciencia? Comentarios que lo expliquen.

2. ¿Te ves en la parábola del sembrador?, ¿Cómo?. Explícalo.

3. ¿En que cosas de tu vida(familiar, personal, social)Podrías o necesitas mejorar:”Tu paciencia”.

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