viernes, 12 de septiembre de 2008

VI B. los que sufren

Nos dice Jesús: “Bienaventurados los que sufren por que ellos serán consolados”.

Sí ni un pelo de nuestras cabezas, cae inadvertido por Dios. Es imposible, que ni un solo sufrimiento de sus hijos pase sin ser visto por su Padre que lo ama.
El salmo de la gloriosa epopeya de Israel, nos señala además a Dios como: “Padre de huérfanos y tutor de las viudas. Dios da a los desvalidos el cobijo de una casa, abre a los cautivos la puerta de la dicha ” y serán siempre y sobre todo los pobres quienes mantendrán esta esperanza[1].

El amor de Dios Padre, que se expande por obra del Espíritu Santo. Hace brotar de entre medio de su pueblo: Carismas para consolar: al afligido, al enfermo de cuerpo o del alma, de cáncer. Al enfermo mental y al desvalido físico, al solitario y al desterrado. Al pobre de solemnidad, al maltratado, al indefenso y al anciano.
¡Que grandeza hay en tantos hombres que con voluntariedad dedican toda o parte de su vida a hacer cosas por los demás! Es como si a Dios le salieran. . . brazos para sostener a los suyos, bocas para defenderlos, pechos para amarlos y cobijarlos.

Muchas veces me gusta pensar en todo esos actos humanos. ¡Que valor tendrán ante Dios, si han sido hechos por su amor!. Podrán oír de boca de Jesús:“Venid benditos de mi padre, recibid la herencia del Reino, preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre, y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme[2]. . . "

Yo quiero pensar que hay muchas personas que viven la Caridad con sus semejantes menos favorecidos, sin alardes, en silencio y a solas. Pero no hay que dejar de ver que dentro del seno de nuestra madre la Iglesia. Se intenta vivir esta bienaventuranza con distintos matices. Y abarcando casi en su totalidad la problemática del hombre actual. Eso nos debería confortar, porque nunca reparan en estos ministerios de la Caridad que realizan tantos cristianos, quienes atacan a la Iglesia. Pues ella, lo que nos enseña[3] es que: Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba los que se niegan a hacerlo: a quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda[4]
”Gratis lo recibisteis, dadlo gratis”.[5]
“Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres[6]”.
[7]”EL amor de la Iglesia por los pobres, pertenece a su constante tradición. Esta inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas[8]:
en la pobreza de Jesús[9], y en su atención a los pobres[10].

El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de hacer participe al que se halle en necesidad
[11].
No abarca solo la pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa.
Sin embargo, que difícil es para el hombre admitir el sufrimiento, ni el propio ni el ajeno. Parece como si al ojo humano de una mente que se recrea en un Dios glorioso, revestido de esplendor y majestuosidad le fuese antinatural; El ver a ese mismo Dios, tirado en la calle, miserable, harapiento y color aceituna del polvo de tantos caminos, que recorrió. Tal vez solo, agobiado, refugiándose en los pequeños placeres que con mentira ofrece el mundo al hombre.
Enfermo, contraído por el dolor y las discapacidades que un cuerpo de carne, puede padecer.
Y se actualiza de nuevo la Escritura: “Ante quien se vuelve el rostro. desechado de los hombres. Varón de dolores. .”
. ¿Por qué permite Dios esas cosas?. Se dicen la gente de bien, a quien nadie maltrató y disfrutó siempre de suave existir. Y aún más retorcido nos puede parecer entonces que en el sermón de la montaña el Señor, pueda llamar bienaventurados a los que sufren.
San Gregorio de Nisa dice:
“Nuestra naturaleza, enferma, exigía ser sanada, desgarrada, ser restablecida, muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas hacía falta, que nos llegará la luz. Estando cautivos, esperábamos un salvador, prisioneros, un socorro, esclavos, un libertador.
¿No tenían importancia estos razonamientos?. ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y desgraciado?
Este es uno de los motivos de que Jesús viniera a padecer, para salvar a los que padecemos. Para ti y para mí, a quien la vida nos trato con cierta amabilidad. Qué difícil, nos es ver esas escenas cotidianas de la calle, de los bajos del metro de cualquier ciudad, de los bancos de nuestras plazas y parques de los que se hacen “ocupas“ los más desgraciados de nuestra sociedad.

¡Qué difícil se nos hace ver en ellos al Señor!. Por encima de la razón y sólo con la fe en la palabra de Dios podemos llegar al fondo de esta gran verdad.
“Jesús fue enviado para anunciar la Buena nueva a los Pobres y los declara bienaventurados por que de ellos es el reino de los Cielos[12]”.
A lo largo del recorrido que los evangelistas hacen de la vida de Jesús. Desde el pesebre a la cruz le vemos compartir, convivir en medio de los que sufren, de los que tienen hambre y sed. De los enfermos y cautivos de su propio pecado. Le vemos identificarse, con los que sufren de todas las clases y por muy diversas causas. Vino a salvar a todos y especialmente a estos, que nosotros, despreciamos inconscientemente, por educación o posición.

A veces, nos encontramos con almas santas que lo ven, y su gozo es el consuelo de estos, Sor Ángela de la Cruz, la madre Teresa de Calcuta, S. Juan de Dios o S. Francisco de Asís. Personas de todos los tiempos, nos dan muestra de ello. Pero cuando nos cueste, no debemos pasar por alto aquella Escritura que nos habla del juicio final:
”Cuando lo hicisteis con mis pequeños; conmigo lo hicisteis”. ¿Queremos más explicaciones?.

Dios ama a sus hijos con todo su ser y todo hombre es criatura de Dios, no debemos seguir apartando la vista. La mayoría de las veces no será competencia nuestra resolver sus problemas, otras muchas veces quizás, sí tengamos que hacer algo: sonreír, no juzgar, respetar, compartir, escuchar. ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

Hoy día, vemos una proliferación de O N G, organizaciones no gubernamentales, donde miles de voluntarios dan su tiempo y parte de sus bienes, materiales y personales (sus aptitudes profesionales, sus conocimientos culinarios o de gestión, su capacidad de escuchar). Todo vale, para servir a los demás; Tú y yo, que nos declaramos cristianos. ¿Que estamos haciendo?. ¿Participamos activamente en las movidas de nuestro entorno a favor de los demás, en nuestras parroquias, en las Caritas, o en la pastoral de la salud, en las catequesis, o simplemente desde otras asociaciones de laicos?.

Quiero recordar una anécdota de una señora, de un nivel medio, a la que solía visitar una madre cargada con un bebé y varios críos más de distintas edades que la acompañaban, siempre jugueteando con todo, mientras su madre pedía comida para ellos.

Según contaba la señora que pedía, tenían seis hijos de menos de 14 años, su marido era chatarrero y vivían en una choza del “vacié.” (Barrio marginal de Sevilla Norte)
Cuando comenzaron a ir a pedir, al principio, la dueña de la casa se sentía incomoda y se excusaba, otras veces les ponía una cara larga mientras le ofrecía, algo de calderilla, para justificar su conciencia.
La señora y sus seis pequeños con churretes en la cara seguían acudiendo puntuales a la cita, a veces solía sentarse en el escalón de entrada de la casa a dar el pecho y cambiar al último de sus pequeños y la dueña sacaba una bandeja con seis vasos de leche y las tostadas correspondientes. Cada vez, la visita le era menos molesta y se acostumbro a pensar en ellos primero como “Personas” Y después como parte de su vida, tanto así que cuando iba a comprar, siempre decía: legumbres, arroz, leche y azúcar para ellos y para mi.
Me decía esta señora: Cuando al principio me enfadaba, al ver que arrastraba a sus hijos a la mendicidad desde muy pequeños. Algo dentro de mí, me decía: ¿Sí fueras tú quien estuviese pasando hambre, pedirías?.
Seguía siendo una simple justificación. Pero poco a poco me iba dando cuenta del bien, que aquella familia me estaba haciendo con sus visitas. Me ofrecía la ocasión de compartir con ella, parte de los bienes, que sin merito alguno por mi parte yo disfrutaba. Y me daba la oportunidad de rectificar las intenciones. De forma, que al final de estas visitas. Ya no me parecía haber hecho nada especial; sino haber recibido la caridad de su necesidad, para mi conversión.
Esta pequeña historia real, que me contaron, me hizo reflexionar y espero que a ti también te lo haga; ”Nuestras caridades, son favores que nos hacemos a nosotros mismos”.
Dios nuestro Padre, atiende a las necesidades de los necesitados con el apoyo de otros hombres, y estos a su vez son recompensados con las bienaventuranzas prometidas.
Hoy día, los medios de comunicación, nos acercan el sufrimiento y las calamidades, más infrahumanas posibles de soportar. Parece que una parte de la humanidad se hubiese vuelto loca en serie: Guerras injustas, situaciones ignominiosas que rebajan al hombre por debajo de la categoría de puro animal. Dejados llevar de instintos asesinos y miserables. Una especie de decadencia de la dignidad del ser humano como tal.

En medio de todo esto, no podemos emitir un juicio temerario y preguntarnos: ¿Por qué Dios permite tanto sufrimiento?. Dios en su infinita misericordia, distinguió al hombre por encima de todas las especies: dándole como atributo una inteligencia superior y una libertad, que este no ha sabido utilizar siempre en su fin último. Que debiera ser la alabanza a través de sus obras en la continuación de la creación y ordenación de los elementos.

Muy al contrario, el hombre por diversas razones. Todas ellas encauzadas por la ambición, el egoísmo y el deseo desmedido de poder. Que le ha llevado, a querer dominar a sus propios hermanos. Y a erigirse ellos mismos, dioses del tiempo que se les permite vivir. Egoísmo que ha provocado un reparto injusto de las riquezas, hemos deteriorado el paisaje, contaminado las aguas, etc., etc. Nunca el mal puede ser querido por Dios, por ese Dios Padre, que ha creado un mundo de maravillas para sus hijos.

Nunca podremos afirmar con justicia: que Dios se complazca en el dolor de sus hijos. Como a algunos les gustaría hacernos creer. Antes bien, en medio de tantas calamidades, provocadas por la mala gestión del hombre (de sus recursos e inventos). Dios sigue conviviendo cercano al hombre sufriente: cerca del enfermo, del marginado y del maltratado. Y lo hace siempre con ayuda de otros hombres. Con la tuya y la mía también. Y junto a otros muchos buscamos la paz. Deseamos el progreso, y la cultura como un bien para todos. Que pedimos perdón y hacemos penitencia por nuestros errores y por los de los demás.

Tú y yo, cristianos en medio del mundo no podemos permanecer como meros espectadores de una hecatombe. Tú, yo y los demás que nos llamamos cristianos en medio del mundo, tenemos la obligación de restituir todo el mal que podamos en bien. Para ello no tendremos en la mayoría de las ocasiones, más que ser mejores en lo que hacemos. Ofrecer nuestro vivir, nuestros pequeños contratiempos, nuestros pequeños sufrimientos. Esa es nuestra particular batalla contra el mal. No podemos quedarnos esperando una oportunidad espectacular para hacer algo grande, que merezca el reconocimiento de los demás.

Tú y yo, tenemos la obligación de entablar cada día, nuestra pequeña batalla, contra nuestro propio mal. Contra nuestras pequeñas inclinaciones, que a gran escala serían un gran destrozo. Sí Tú y yo lo intentamos, los que nos rodean puede que lo intenten también. Hoy quizás más que nunca, hacemos falta los cristianos para ser: Sal y luz en medio de los demás hombres, para acercarles la imagen y el conocimiento de ese Jesús que vino a dar la vida por todos.
Cerca de nosotros; muchos sufrimientos particulares, se producen precisamente, por que el hombre no conoce ese mensaje salvador. Que reconforta y anima a hacer el bien: “Por que antes Él, lo ha hecho por nosotros”. Y porque nos ha dejado ese encargo como patrimonio de hijos. Que le demos a conocer a los demás. Que es una forma efectiva además de aliviar el sufrimiento:“Porque Él es: quién salva, quién cura, quién ama”.
No quisiera cerrar este capitulo, sin hacer mención de uno de esos regalos, que Dios nos ha hecho. Y que a veces, se nos revuelve, haciéndonos sufrir sin que realmente haya una causa o motivo justificado. Quisiera recordar una de las frases que me hizo pensar en ella por primera vez, que decía algo así como: “El hombre sufre por muchos problemas que quizás nunca ocurrirán pero que su imaginación le puede hacer sentir como reales y angustiosas".
Es “nuestra imaginación”. Quien muchas veces frena o acelera desmedidamente, nuestro actuar. Nos enfrasca en observaciones ridículas, que se salen de contexto. Y nos hace juzgar el mundo de nuestro alrededor a su capricho. Comunicándonos sus temores o sospechas infundadas. Nos tiraniza con sus ambiciones, haciéndonos padecer la euforia o el pesimismo, exentos de nuestra propia realidad. Con ella se turba, nuestra vida de oración; En ella se dan alas a las tentaciones más inesperadas; Llevándonos a un estado de privación de nuestro sentido sobrenatural y acercándonos a la tibieza. Poniendo en peligro de muerte a nuestra alma.

Es por tanto ella, la que merece nuestra primera mortificación. Sí no la dominamos, es imposible que nuestra vida interior crezca, con serenidad. Antes bien, nos llevará y traerá de altibajo en euforia, desordenando nuestro sentido común. Haciéndonos sentir y parecer como títeres. En manos de un loco.

A veces es cierto que nos cuesta poner limite a “la loca de la casa”, como la llamaba Santa Teresa, en esos tiempos de incertidumbre donde puede no distinguirse bien nuestra propia realidad. Lo inteligente sería buscar ayuda. Hablar con alguien con capacidad para orientarnos: Es pedir consejo, antes de dejar pasar el tiempo, que sería perderlo. Pues un alma en tinieblas, lo que consigue es adentrarse en la profundidad de una noche de fe, de la que después es difícil salir.
Creo oportuno introducir estas notas, sobre la imaginación, en este capitulo del sufrimiento. Porque a poco que miremos. No ya solo nuestra propia experiencia de las jugarretas, que nuestra imaginación nos haya provocado (en observaciones y situaciones), de las que después probablemente hemos tenido que pedir perdón. Si no que nuestro entorno esta lleno de comentarios y situaciones en las vemos a las personas sufrir y a veces llegar a conflictos muy graves, rupturas emocionales, y un largo etcétera, provocados por el desorden o desbordamiento de una imaginación, sin control.
Las personas hoy día, sufren mucho a causa de esto. Las consultas de los psicólogos y psiquiatras darían buenas estadísticas de ello. Muchas personas: mujeres y hombres, soportan el peso de sus fantasmas que arrastran como cruces imaginarias. Que les pesan y atormentan y que es sólo fruto de una desordenada imaginación. Que les imbuye en la tristeza y el desánimo.
“Si lo que tanto nos hace sufrir y tan fuertemente nos agobia fuese de verdad la cruz, que el Señor nos manda, la Cruz de Jesús. Una vez que la hubiésemos reconocido como tal y que, con fe y con amor, la hubiésemos aceptado. Ya no nos debería pesar, ni oprimir. Por que la Cruz de Jesús, La Santa Cruz, no es fuente de tristeza o de abatimiento. Si no de paz y de alegría.
En cambio, si llevamos sobre nuestros hombros una cruz humana e imaginaria. O la producida por nuestra rebeldía interior contra la verdadera Cruz, entonces estamos tristes y preocupados. Pero este peso y esta preocupación pueden desaparecer de tu vida y dejar de agobiarte. Basta con que abras los ojos de la fe y te decidas a cortar las alas a tu imaginación.
Estos fantasmas turban y descomponen la convivencia con las demás personas, la vida de familia ”. Y nuestro entorno social. Otras veces, nos hace sufrir la falta de salud. El exceso de segregación de sustancias de nuestras hormonas en nuestro cerebro que nos pone a mil, sin motivo alguno. Pues realmente no sufrimos con razón por ninguna causa de nuestro entorno. Aunque ante nuestro desconcierto culpemos al que este más prójimo a la sociedad, o al primero que pillemos.
Son lo que los médicos llaman “depresión” y que a veces esta motivado: por el strees, por el cansancio, o desnutrición como pasa muchas veces en los “celiacos” y otras enfermedades que dan como sintomatologia, un halo de tristeza sin justificación. Te puede parecer una tontería, pero no lo es.

Hay muchos momentos en los que nuestra naturaleza, nos juega estas malas pasadas. Por más que intentas estar bien, no enfadarte, seguir. No podemos. Y nos entra entonces un gran sentimiento de culpa ante nuestra realidad. Que en ese momento es: que no llegamos a más; Sin querer, con falsos deseos de seguir cumpliendo con lo que creemos nuestras obligaciones. Lo que hacemos es dejarnos avasallar por nuestra soberbia que hace que no nos perdonemos estas debilidades. Por nuestra vanidad, que no soporta que hayamos bajado el listón de lo que nos habíamos propuesto.

No sé si me entiendes, pero cuando un cristiano, pasa por estas malas rachas. Este sufrimiento suele terminar en una noche de fe. ¡No te alarmes!. Pide ayuda a un buen profesional, y acéptalo, por que viene para Tú bien.
En esos momentos, en que los cristianos sufrimos. Es el momento idóneo para reparar por aquellos que sufren y no entienden su sufrimiento. ¿Te das cuenta la suerte que tenemos?.

Recuerdas aquellas palabras de S. Pablo a los Corintios:
“Nosotros tenemos un tesoro en vasos de barro, a fin de que se comprenda que la excelencia de la virtud es de Dios y no proviene de nosotros”

¿No es cierto que a veces, cuando todo nos sale bien, la gente que nos ve nos alaba o felicita, como si el mérito fuese solo nuestro, y si nos excusamos, nuestra humildad suena a hipocresía?. Este tiempo difícil, nos ayudará entre otras cosas a tomar verdadera conciencia de lo poco que valdríamos, si no le tuviéramos a Él. Y por tanto habrá un verdadero crecimiento de nuestra humildad. Por que nada tendremos de lo que sentirnos orgullosos.

Por tanto bienaventurados cuando nos llegue cualquier tipo de sufrimiento, porque realmente viene para nuestra edificación y santidad. Es el mismo apóstol S. Pablo quien nos exhorta y anima:

“Somos atribulados en todo, más no abatidos; perplejos, más no desesperados; perseguidos, más no abandonados; derribados, más no destruidos; llevamos siempre en nuestro cuerpo los sufrimientos de Jesús muriente, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo[13]”.

“Todo esto en efecto es para bien de vosotros a fin de que la gracia, multiplicándose, acreciente en los más (en más personas) la acción de gracias para gloria de Dios. Por lo cual no decaemos de ánimo, sino que, aun cuando nuestro hombre exterior se va deshaciendo. El interior, por el contrario se renueva de día en día. En verdad, lo momentáneo y ligero de nuestra tribulación nos ganará un superabundante e incalculable caudal eterno de gloria"[14].
[1] So 2,3
[2] MT 25,34-36
[3] Nº 2443 del C.I.C.A.
[4] MT 5,42
[5] MT 10.8
[6] MT 25,31-36
[7] Nº 2444 del C.I:C.A.
[8] Lc 6,20-22
[9] MT 8,20
[10] Mc 12, 41-44
[11] Ef 4,28
[12] S Lucas 4,18
[13] 2ª Corintios 4,7-10.
[14] 2ª Corintios 4,15-17.


OBJETIVOS PARA LA REFLEXIÓN:
Dios ama a todos los hombres, pero sus preferencias están puestas en los que más necesitan de Él: los pobres, los enfermos, los mal vistos por la sociedad de cada tiempo.
Descubrir que el mal no proviene de Dios. Lo permite en razón de la libertad que ha dado al hombre. (incluso ante grandes catástrofes naturales que se le podrían achacar a Dios, muy al principio esta la actuación del hombre: la mala utilización de los recursos o errores que a la larga provocan que la propia naturaleza se revuelva contra la especie humana).
Los cristianos tenemos la Obligación de buscar el bien, en todas las cosas y procurarlo para ofrecerlo en la medida que nos sea posible, a los demás.
Aceptar lo que nos hace sufrir. (Generalmente si luchamos: ”en contra de”, conseguimos agrandarlo). Aceptar todo como venido para nuestro bien nos hace aprovecharlo y convertirlo en bienes para nuestra alma o para cualquier otra intención sobrenatural.

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